Tarde/noche del 21
La entrada al pueblo en el tuck tuck me
anuncia ya la expansión del comercio hasta inundar las laderas. Nuestra amiga
hondureña de Pana nos recomendó buscar a un tal Merlín. Por ahora, sólo así le
conocemos. Con los bultos que nos andamos atraemos a los locales del pueblo;
llamada oportuna para preguntar por quién buscamos. “¿Benjamín? Un hombre de
pelo largo blanco por aquí” nos lo describe un hombre que señala su cadera
mientras se encuentra a punto de establecer su mesa de venta. Realmente no
creemos que la cosa sea así, pero su dirección parece tener más sentido que las
cosas que nos ha dicho un señor mayor ya algo entrado en tragos. Pequeñas cosas
como el rumbo de las miradas de la gente son indicativos claros de diferenciación
entre la honestidad o los inventos cuando una anda en estas. Sin comprender
mucho, nos dejamos llevar por palabras claves. Municipalidad, correo, iglesia, mercado…todas esas son muletas fundamentales
para retroceder o avanzar. “Al lado de la municipalidad” en este caso nos es
suficiente. Con eso por lo menos sabemos por qué lado ir subiendo entre todas
estas laderas. Justo al lado de la municipalidad no hay nada, pero unas dos o
tres preguntas más en casas aledañas nos permiten dar con el nicho del famoso
Merlín. La puerta, entretejida con bambúes y zacates viejos, lleva al tope unas
varillas que ha cortado a la mitad. Ésa es la primera campana que anuncia
nuestra llegada. Más adentro, el patio se encuentra envuelto en miles de
vidrios, CDs y demás artesanías que funcionan bella y fielmente como móviles
colgantes. En una pared blanca, los murales anuncian “Merlin’s [little] Magicland”.
No era para menos el título para que nos recibiera un hombre blanco, alto, de
barba y cabello color nieve y con un acento francés que nos deja escuchar su
leve canto agudo al hablar. Lo único que ocupa es comida para gatos y el
contrato informal lo establece con mi esposa mientras yo descanso el pie ya ardiente
de andar. Mi herida sana por las noches y se re-abre de día. Entre curitas, medias,
lavanda y milrama, siento que lo que ocupa, también, es un tiempo de descanso.
La casa de Merlín nos parece un poco llena, pero a él le parece que aún le
queda un campito. Sin mucho preámbulo, ponemos la tienda cerca de un par de
peceras. El ingenio de este hombre supera los cuentos de hadas o, si las hadas
existen, de él se nutrieron. Al llegar pensé que la comparación constante de
Merlín con el Dumbledore de Rowlins era un poco sesgada, pero no pasa rato
antes de que él mismo corrobore las comparaciones. Entre libros de alquimia y
muchos de magia, su casa se vuelve un encanto para miles de jóvenes. Alrededor de un fuego, hay un círculo de
piedras y caída la noche la estructura se honra como centro de una cena
compartida, manos agarradas y oraciones en silencio. El aho nos une y los gritos, como los platos, entre todos se
construyen. Ciertas resistencias me alejan de la empatía plena con el grupo de
muchachxs que desde hace días convive en este espacio. Aún así, no hay manera
que bajo esta luna llena yo no mire alrededor y deje de sentir que vivo en algo
que yo misma he soñado. Somos muches viviendo el día a día, viajando como meta
que no queremos llegue a un fin alcanzable y soñando, con mucha esperanza y cierta
valentía, que las fronteras no signifiquen más que lugares de los cuales nos
vamos y venimos. Europeos, centroamericanos y estadounidenses…las
nacionalidades acá son meramente una señal de riqueza y no de ventajas o
desventajas. Las tiendas son casi públicas, pero la tierra, por hoy, es para todes
nuestra bella casa compartida.
22 de enero 2016
Me despierto tipo 6 de la mañana.
Para variar, no hay nadie despierto aún.
Éstas son las mejores horas para aprovechar mi día.
Para no hacer bulla, dejo mis lecturas de cultura tz'utujil y avanzo en las otras cosas que llevo rato de no acariciar.
Un par de horas más y me entra el sueño mientras lxs demás despiertan.
Tomo una siesta un rato pero no pasa mucho antes de que instrumentos tibetanos me despierten de nuevo.
Las ondas circulan por la tierra y me arrullan un rato más.
No todos los días tengo el privilegio de despertar en San Marcos La Laguna.
Invito a mi esposa a bañarnos en el lago en vez de intentar la ducha y una amplia sonrisa me recibe.
Para salir a esa belleza, lamentablemente tenemos que pasar por múltiples lugares gringos ahora. Entre gringos y argentinos, este pueblo lo que menos tiene son pueblos originarios ganándose el dinero del extenso turismo yogui.
Es curioso; si hubiese conocido este pueblo hoy por vez primera, quizás me encantaría. Estaría ampliamente ilusionada buscando en cuál clase de yoga, taller de masaje thai o cuál curso tomar.
Lamentablemente, vine hace más de década y media a San Marcos cuando no había nadie con quien turistear.
Recuerdo las penas tratando de conseguir un foco para poder iluminar el camino por potreros al casi único hospedaje que no se dignaba llamarse a sí mismo un hotel.
La casa que sí era hotel y cobraba con tarjeta parecía tan pionera como lo es la energía tesla ahora.
Hace unos días cuando pasamos por acá en lancha camino a San Juan, esa casa, que hace unos 4 o 5 años ya había perdido su jardín, hoy ya se ha creado decks para poder sobrevivir. Los pilares se yerguen en un intento por conservar la propiedad. Tanto aquí como en San Juan, es mucho lo que el lago ha tomado ya bajo su manto de aguas cristalinas, aguas con petróleo y extensas algas.
Resume hoy Summa que Guatemala es de los países más baratos para viajar según el informe de Competitividad y Turismo del 2015 del World Economic Forum. Es increíble la información que circula como cierta. Toda verdad es subjetivamente cuestionable, pero esa aseveración llega a sonarnos más como una falsísima (¿o corrupta?) exageración. País más barato y bello que Nicaragua no hemos encontrado desde que salimos de casa. En realidad, Guatemala ha sido el país más caro en el cual hemos estado después de Costa Rica y hasta ahora. Las cuentas registradas, sobre las cuales escribiré al puro final, matemática y concisamente demuestran que las cosas acá nos cuestan cerca del triple de lo que gastamos en cualquier lugar de Nicaragua. ¡Quién sabe cuál Guatemala estamos visitando nosotras!
En fin, en el café donde escribo esto a cambio de wi-fi con vista próxima al lago, trabajan 2 gringas en recepción con 3 mujeres en güipil que bretan sin parar en la cocina. Presumimos que el sueldo de 1 hace el de las 3. Es una suposición que ojalá sea falsa, también. Ordenar mi café en español a pesar de la dificultad de las rubias para comprenderlo es mi pequeña manera de reivindicar un poquito el sudor de esas mujeres que trabajan expuestas en la cocina como si fueran artesanías. En los locales aledaños, bares gringos tipo sportsbar anuncian "food by locals" en sitios que de autóctonos no tienen más que la tierra en la que se sientan. Por más que podría, me niego a usar el inglés para pedir un café que ya cuesta 3 veces lo que me daría la señora del comedor. No me acostumbro a estas colonizaciones diarias. Por más que quisiera amar todo esto, los hoteles, los yoguis y los artesanos, el sinfín de locales turísticos en manos de extranjeros me impiden amar lo que por más de una década llamé mi lugar favorito en todo lo que conocía del mundo. Esto tiene un precio y un premio; por un lado, mi desilusión es extensa. Siento como se me desfigura la cara sin poderla remediar al caminar por las ahora numerosas callecillas de esta aldea ya casi enteramente europea. A la vez, la vida me dice que tengo que conocer mucho más para poder declarar como favorito algún otro sitio en este planeta tan extenso. Ahora es cuestión de ponerme a buscar o, quizás, de sólo estar ampliamente abierta a nuevas oportunidades y experiencias que me llenen el alma como lo solía hacer antes este bello lugarcito al lado del Lago Atitlán.
Sin perder la esperanza, nos vamos a sentar a lo que ahora llaman "segundo muelle". Pasamos el día completo nadando en el lago y tomando el sol. El almuerzo son tortillitas de la señora que se ha parqueado a la entrada del pueblo. Aquí siguen al menos las tortillas a 4 por quetzal, pero ella sabiamente les ha recortado el tamaño. Los niños que se llegan a bañar en medio de sus ventas de pan y café me comparten piruetas, su nombre y una que otra sonrisa por acá y por allá. Finalmente le puedo dar a mi pie y a mi alma el día de completo descanso que tanto requieren. San Marcos, por lo menos, sigue facilitando e invitando a eso todavía.
Hoy la luna está más llena de lo que hemos visto desde que salimos de casa. Finalmente el ciclo se cierra y de Tichaná a San Marcos completamos un ciclo lunar lleno de puras bendiciones, gente linda, hospedajes amables y mucha comida.
La noche en la tienda es bastante curiosa. Durmiendo en un sleeping dentro de una tienda, descanso rico y profundo. Rápidamente voy aprendiendo a cambiar el "a pesar" de esto por el "gracias a esto" en agradecimiento interno por la oportunidad de dormir cerca de la generosísima tierra.
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