Las ruinas abren a las 8 a.m.
Nos levantamos temprano, entonces, para poder ir a verlas y viajar tranquilas a Chiqui.
Finalmente encontramos el mercado.
Está demasiado escondido para un pueblo tan turístico. Las claras conveniencias del mundo capital.
"Los gringos pasan recto" dice le hombre de a la par de nuestro comedor conforme las mujeres regatean comidas a mujeres y hombres rubios que sonríen, pero que no paran siquiera a contemplar un plato típico.
Arroz, frijoles, natilla, queso y aguacate. El café ya viene endulzado sin preguntar y la limonada es un granizado, aunque delicioso, un poco denso para una comida tan temprana. Casi un casado de desayuno nos aguanta fuertes el resto del día.
Entrando a las ruinas, compro camisetas a mitad de precio. "Ya nunca más le volvieron a poner el año, verdad?" le pregunto sobre las demás que cambiaron de estampado. Desde el golpe, ni en la venta anual de las ruinas se puede confiar.
Aquí ya la gente no viene. Será lo mismo o peor, entonces, en el resto de Honduras. Entramos atemorizadas (o con buenos consejos sobre el miedo que debíamos tenerle) a este país. El golpe al movimiento turístico ha sido extenso. Nuestro anfitrión aún tiene máquinas de lo que solía ser un frecuentado café. Ya ni a quien venderlas tienen. Mientras tanto, extranjeros que viven lejos de acá ganan de los comercios que administran por medio de una poca gente local. Y el resto de gente que no tiene en qué ganar dinero para vivir el estilo de vida de antes, anda viendo cómo se consigue una chamba un par de países más para arriba. trabajar en condición irregular rompiendo cimientos para casas en Florida. Confundí Florida con aquél pueblito donde pasamos la noche. Ingenua comprensión de sueños americanos.
En fin...queda todo eso de lado un rato. En los vestigios del mundo maya nos vamos a meter. Hago un esfuerzo constante de recargar y reconectar las energías de piedras que movieron y esculpieron entre miles de cuerpos cuya ausencia es ahora el valor más preciado. Nada de lo que hacemos ahorita es justicia ni reivindicación suficiente para los miles de cuerpos que aquí masacraron. Los niños de Los Sapos me recuerdan que la lucha, el esfuerzo, la contingencia aunados al afán, pasión y amor desinteresado por estas tierras y culturas semi-perdidas es la única y mejor manera de subsanar.
Las esquelas de este lugar me tiran y me jalan a lo interno.
Me queda la escalinata de las ruinas marcada en el cuerpo como si fuera mi propia columna vertebral. Que mi cuerpo sea escultura deficiente y quebrada, pero muera dignamente en recuperación de lo nuestro. ¡Tamaña faena! Y los caminos, aunque ya comenzados, no sé ni por dónde empiezan.
Guara, me dice mi esposa. Que mi pelo algún día lo libere. Las guacamayas o guaras han logrado su camino de vuelta. En algo hemos servido a lo interno gubernamental para traer de vuelta lo que ya era nuestro. Dos vuelos en bandada nos regalan las guaras en las tres horas y resto que duramos en recorrer lo que los guías hacen en dos. Juntas, cantando, valientes y coloridas nos dan una pequeña muestra de lo magnánima que es su presencia. A ellas se les imprime tributo por doquier. Animales que dejan de ser eso o quizás nunca lo fueron. Del caballo de Palmares a las adoraciones de los mayas hay un sin fin de vestigios colonizadores con demasiadísima tela que cortar. ¿Cuánto se obvia y cuánto se educa? Las paredes de los museos están llenas de palabras que me brinco. Universidad de Harvard, Getty Institute, los japoneses y los gobiernos...
Un Higgins que odio y quisiera nunca oír más.
Se me revuelve la vida.
De vuelta a casa, Edgar nos lleva a la estación en un tuck tuck que le queda. Jade viene con nosotras y eso es justo lo que ocupo cuando la despedida se me dificulta. La sonrisa de esta niña y los ratos compartidos me valen más en la sangre de lo que me importan los happy hours que al final antier nos tuvimos que brincar. Algunas noches aquí me han demostrado que con una birra ya me jumo y que una es más que suficiente.
Por todo lado nos cobran 25 dólares por llevarnos a Antigua. El primer impulso es montarse e irse, pero ya la experiencia del viaje nos ha demostrado que aquello que suena fácil es porque es aún más sencillo hacerlo "a pie" y triplemente menos costoso. Edgar nos aconseja lo contrario, pero respeta que vamos a la estación de bus al "chicken bus" - le dice él - a Chiquimula. No duramos más de media hora y estábamos en la frontera. No hay filas en estas oficinas; no hay fila del todo. Ni siquiera hay oficiales en las ventanillas esperando a la gente. Así de vacío está el tránsito en Honduras y a nosotras ahora, como a todxs lxs hondureñxs en nuestra mesa de cena de anoche (cuando la cuenta nos va por arriba de 5), nos parece una enorme injusticia. La política es un juego de niveles impresionantes.
Pagamos 25, al final, pero quetzales y no dólares, para pasar de El Florido a Chiquimula. Aún 25 resultó ser demasiado. Unos locales hondureños que venían con nosotras pagan 16 por el mismo viaje. Con la carga que me ando de tanta cosa en estos días, no tardo en aclararle al ayudante del chofer lo mal que está lo que hacen. Los anillos de delincuencia son tales que en uniformes oficiales aún el robo les es común a estas alturas. La cara de desinterés es demasiada. No sería siquiera teatralmente justificable una respuesta semejante. Conforme avanza el viaje, más me encachimbo. "Yo soy encachimba'o" decía el Edgar y su expresión me resuena ahora conforme siento una furia intelectual insuperable. Espero al final del viaje para reclamar decentemente mi vuelto. Lástima que dos cuadras antes el ayudante se tira para no devolverme aquello que me había prometido. Entre el tipo de cambio y el robo explícito, unos 40 quetzales es lo que estamos saliendo por dentro. Se los pido al chofer conforme me baja las maletas del techo. "Nono! Usted pagó 25". El descaro va escalando a ser sencillamente demasiado. Que esto es la norma y que la gente está harta me lo demuestran los hombres de las pulperías cercanas que me piden que me queje y que haga algo al respecto. Me espero. Y espero. Éstos prefieren dejar la buseta vacía que dar la cara por lo que hacen. Me encamino a la oficina a poner una queja y de repente aparecen ambos de cuadras diferentes. Es gracioso, porque de cinco en cinco me va dando excusas para no darme los 18. Cada billete le cuesta en la hombría. Cada billete siento que es un turista distinto que va siendo burlado. Con lo nuestro de regreso, igual voy a la tienda. Algo me dice que de un regaño no le va a pasar la cosa, a pesar de los rótulos en la estación que advierten sobre la penalización del robo corrupto. La cuestión de principios no es más que eso.
La posada doña Eva nos recibe como las mujeres de la vieja guardia. Creo que aquí estamos un poco más en casa que en los miles de hoteles al mejor estilo pensión del centro de San José que tiene Chiquimula. Hoy descansamos un rato y mañana le seguimos a la Antigua.
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