Despertar en Chiquimula invita a un desayuno en el mercado. Todo pueblo es buena excusa para aprovechar d‘eso. Otra vez me como un legítimo casado. Arroz, frijoles, aguacate hecho guacamole, natilla y tortillas. Esta vez el aguacate lo pagamos nosotras para que lo vayan a traer y luego nos lo cobren al doble por habérnoslo majado. Es poco importante, pues la señora pronto se reivindica. Le llega un señor mayor, muy mayor, bien vestido en su sombrero de mimbre.
“hoy sólo tengo un quetzal” les dice.
“- entonces quiere agua?
- No….deme fresco”
Le sirven un buen caldo de gallina con
una pata en el mero centro. Para sentarse, el señor tiene todo un ritual. Su
sombrero, antes de tomar asiento, va arriba entre las telas de nylon que
componen el techo. El asiento queda bien limpio con varias pasadas de mano para
acá y para allá. Y la sal de la mesa, con las uñas bien largas y negras, da
vueltas varias veces al son de un ritmo que únicamente puede ser interno. No
quería echar sal alguna a su plato, pero el juego es parte de un bello juego.
“Que le aproveche, señor”, le digo.
“Igualmente, seño”.
“seño”: La palabra seductora detrás del
“cabal”, “no tenga pena” y sobre todo el “va” para todo.
Saliendo del mercado, tomamos un bus de
40 quetzales a Antigua. Este bus es grandote, con aire acondicionado, servicio
de comidas a cargo de mujeres ya uniformadas en blusas estampadas con el nombre
de la compañía en vez de su güipil (enorme pérdida para todes) y un muchacho
que constantemente pasa confirmando la comodidad de la gente como si esto fuera
un avión. El recorrido no es largo antes de llegar a Ciudad de Guatemala.
Llegamos a un centro comercial hecho parada o a una parada hecha mall. Las gradas se acomodan convenientemente
para forzarnos a dar toda la vuelta por las tiendas antes de llegar al
siguiente cambio de bus. Los buses de acá a 16 calle se pagan con una tarjeta
que no venden aquí. “Pídale a alguien que le haga el favor” es la respuesta del
chofer ante nuestra imposibilidad de pagar a pesar de tener dinero en mano. La
gente en fila vuelve a ver para otro lado hasta que una señora con los dientes
afilados en oro sonríe de pena queriendo aceptarnos la oportunidad de ejercitar
su dadivosidad. Apenas le debemos 2 quetzales por las dos, pero ella ya tiene
los ojos de la fila encima de ella por la homogénea incomodidad. Le dimos 5 sin
esperar vuelto a cambio y los ojos de los demás hasta brillan. Al final,
inevitablemente nos sentimos mejor por poder, aunque capitalistamente, reciprocar
su buena intención. Subir con los bultos tras un trompo de los viejos en un bus
bien cerrado por barras de plástico es toda una travesía. La tienda de campaña
que ando amarrada atrás se pasa quedando pegada en cualquier pasillo o trillo
que exceda el grosor normal de una persona medianamente compuesta. De 16 calle
caminamos hasta la 18. Ahí hay que tomar bus a Trébol. Las estaciones de bus en
el centro de Guate nos la complican, porque ahora están construidas como las
paradas de metro europeas, con puertas de vidrio que se abren y cierran solas
junto con delimitaciones claras de caminos exclusivos para subir y otros para
bajar. Son casi las 5 de la tarde, así que la hora pico empieza a trabajar en
nuestra contra. Trébol funciona de la misma manera que el mall con gradas
extensas y puentes para atravesar la carretera principal. Cruzamos y damos toda
la vuelta para caminar a lo largo de múltiples ventas ambulantes. Perdí la
oportunidad de comprar un cierto estilo de grapa que hace costuras. Ahora que
lleve vestuario lo voy a lamentar más. La salida de Guate en el bus que va
hacia Antigua se nos alargó unas dos horas entre tantísimo tráfico. Los cajeros
que logré ver por la ventana me hacen caer en la cuenta de que era viernes de
pago en hora pico de la noche. Pareciera como si esas congestiones en ciudades
van siendo a nivel universal.
Para nuestra llegada a Antigua no nos
quedó más abierto que un restaurante antigüeño para mi esposa y unas tortillas
del mercado para mí. Visitamos el parque mientras nuestro amabilísimo anfitrión
nos ubicaba sobre cómo llegar. Pasamos de la noche a la madrugada conociendo a
una pareja preciosa sobre la azotea de una casa en Santa Elena, a escasos diez
minutos caminando del centro de Antigua. De 2 Gallo en litro a otras dos
llegamos a la decisión de acampar ahí arriba. La madrugada me tuvo temblando de
un frío horrible hasta buscar refugio en un sitio más cubierto. La espera por
el sol me dejó ver la madrugada convertirse en mañana y las estrellas taparse
por el rocío que caería sobre los volcanes despejados que componían el paisaje
sobre todos estos caseríos de pueblos colindantes.
16 de enero de 2016
Un desayuno compartido nos regaló otro
rato bien ameno entre los cuatro. Hoy se suma Santiago, el hijo de la Chave que
también vive acá. Chave se alista y corre por la casa en una evidente prisa. Es
la única chapina de la casa. Santiago me avisa que su madre también hace teatro
y ya mi pena no da para más. La conversación sobre el teatro en Guatemala,
sobre la situación política, los desaparecidos y la literatura hacen un
perfecto acompañamiento para las tortillas recién hechas que acompañamos de
nuevo con frijoles y guacamol.
Alejandra, la novia del Julián, aparte de
regalarle al mundo su constante risa honesta, hace crochet que mueve en el
arco. Julián, con su calmado andar alemán, trabaja en compu desde wi-fis de los
cafés del pueblo. Salimos con ellos a andar por el centro. En Antigua, le
muestro a Jime rótulos que anuncian “chumpas” en vez de jackets o sweaters,
rellenitos que venden como pan caliente y chuchitos sin carne que me corrigen,
porque ya no son chuchitos, sino tamalitos. Finalmente me saco antojos que
llevaba años cosechando. Fijarme ahora en lo que la cultura local tiene que ofrecer es mi único remedio para mantener mi poca cordura restante. Antigua y Guate en general me invade de recuerdos
selectivos de múltiples viajes desde mi infancia hasta mi adultez. Ahora estoy lejos de disfrutar cualquier cosa que se enorgullezca de su raíz colonial. No sé qué más es Antigua centralmente que eso. Aquí los hoteles y hostales coloniales han sido lo mínimo que he debido evitar.
Llegar a ver un rótulo de una lavandería colonial, escrito en inglés, me produce la sensación de haberlo visto todo ya en términos de la ridiculez no meditada de la reproducción de los patrones fundamentales del colonialismo. Mi medicina tiene que ir por otro lado. La belleza de volver a lugares ya visitados radica aún más en los detalles y eso lo disfruto sobremanera. Esta vez, subimos al Cerro San Lucas para ver Antigua desde allá.
Llegar a ver un rótulo de una lavandería colonial, escrito en inglés, me produce la sensación de haberlo visto todo ya en términos de la ridiculez no meditada de la reproducción de los patrones fundamentales del colonialismo. Mi medicina tiene que ir por otro lado. La belleza de volver a lugares ya visitados radica aún más en los detalles y eso lo disfruto sobremanera. Esta vez, subimos al Cerro San Lucas para ver Antigua desde allá.
Estamos a la mitad del camino y la ropa
limpia se empieza a acabar. Por 5 quetzales la libra nos brincamos el goce de
lavar en las pilas de los centros para que nos laven y sequen de manera
industrial. Encontré libros bajo el arco que me van moldeando más claramente
mis campos de estudio. Las mujeres de pueblos originarios en Guate tienen una
fuerza y disciplina enorme que constantemente se documenta de muchas maneras
distintas. Estamos tratando de revitalizar redes que teníamos antes de partir
para poder subir a las comunidades originarias de acá. Por alguna razón, la
cosa, por primera vez, se nos complica de alguna manera.
En la noche, logramos ver niñxs corriendo anónimamente bajo estructuras de metal con cajas de cartón que cargan miles de juegos de pólvora. Son los famosos "toritos" que corren para arriba y para abajo en las calles alrededor del Parque Central. Entre ellos y los gigantes, las máscaras en trajes que acompañan una cimarrona inexistente, el pueblo celebra el día de la Señora de La Merced.
Mañana, entonces,
partimos a Ati a ver qué nos podemos encontrar por allá. Tenemos idea de que el
viaje va llegando al final, pero, así como no tuvimos planes concretos al
salir, nos vamos para el lago sin saber bien adónde vamos a llegar.
17 de enero 2016
La vida, aquí, nos guía por su amable
cuenta. Tomamos un bus de Antigua a Chimula, otro de ahí a Los Encuentros, de
este punto a Sololá y finalmente a Panajachel. Nos debatimos entre las diversas
fundaciones a las cuales ofrecer nuestro tiempo, experiencia y cuerpo. El
voluntariado aquí sobra. Empezamos con rumbo a una fundación donde podemos
trabajar con niñxs. No hemos bajado del centro hasta el final de la Santander
cuando una chica nos pregunta si tenemos hospedaje. Solemos decir que sí cuando
sabemos para dónde vamos. A ella, le dijimos que sí, pero que no. Con vasta
sonrisa nos invita al lugar que ella mueve. Caminando de a poquitos resulta que
es el mismo lugar, preciso, que andábamos buscando. “Les vi la energía que
llevan” nos dice. Y así cenamos entre mandalas, calendarios mayas, información
sobre los nawals, palos de limón y un jardín que mañana pienso enzacatar. La
inquietud de la chica a cargo, de escasos 21, es la misma que la nuestra y la
de Francisco Morazán. Compartimos aquí con una hondureña mientras el dueño de
todo esto anda en un festival rainbow. La cena es compartida con la única
huésped de todo este hotel/hostal. Con ojos achinados, nos cuenta de su hogar
en Oregon. Anoche se perdió tratando de ir al mercado y terminó en una patrulla
de la policía que la dejara a dos
cuadras de acá. La fibra que valoro en las semillas de papaya nos manda a
dormir junto a un té hecho en casa con hierbas que nunca antes había visto. El
plan para mañana es llevar a la señora al mercado a conseguir frutas y verduras
mientras vuelvo al jardín antes de ir a visitar nuevamente el bellísimo Atitlán.
18 de enero 2016
Suelo ganarle a la gente en despertar. Hoy,
aún habiendo dormido hasta las 8, tengo mi tiempo libre para escribir y meditar
en la misma paz en la que se encuentra la casa . Nickie, la perra de aquí, está
embarazada. Hace las mismas de La Gordita de Tichaná de meterse en la noche a
los pies de la cama. Anoche le compramos alimento y darle el cariño del cuerpo al
dormir de alguna manera nos hace sentir bien.
Me puse a hacer el jardín y al ratito
despiertan las demás. Hoy llevamos a Lahn temprano a comprar las frutas y
verduras que tanto quiere. A pesar de vivir con un patio lleno de higos, peras
y ciruelas, ella alega sólo haber venido a Guatemala a comer frutas “exóticas”.
Más allá de piña, papaya, bananos y mangos, realmente no sabemos a qué le llama
así. Hay algo más que anda buscando, pero me da la impresión que una revista de
turismo de Oregon le debió haber dado la idea de que aquí la cosa es un poco
diferente a la realidad. Saliendo del mercado nos dice como gran gracia que
compró 5 piernas de pollo para compartir. Así como no pudimos darle de nuestro
pan, el pollo se queda para Nickie y algunos visitantes más que vienen durante
el día.
Salimos a caminar por el lago hasta
llegar donde se pudiera. Caminamos lo suficiente para darnos cuenta de la poca
equidad que abunda en estas tierras. Llegamos hasta la casa donde se pagan el
lujo de poner una malla con el rótulo de “propiedad privada” que llega más
adentro de lo que permite una rápida nadada. Nos devolvemos y tomamos la
carretera. Un pick-up con cajón normalizado como medio de transporte nos lleva
a Santa Catarina Palopó. No nos queda más que empezar a subir las casas por las
laderas. Lahn pasa tomando fotos, porque alega nunca haber visto cosa
semejante. Afirma eso mientras nos cuenta lo mucho que estos caseríos se
parecen al Vietnam de hace unos 100 años. El viaje no dura mucho, pero tampoco
le dura puesta la ropa a ella. Andar con Lahn en un pick-up a la vuelta con nada
más que un top y unos pantalones rotos inevitablemente es gracioso;
especialmente a la vista de mujeres vestidas en trajes típicos completos.
Llegamos a casa a hacernos un cacao y despedir la noche. Mañana, seguro, nos
vamos para San Juan o a San Marcos – lo que la vida nos diga que nos funciona
mejor.
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