Tuesday, January 12, 2016

9,10,11 de enero 2016

9 de enero 2016 

Anoche perdimos el libre albedrío.
“qué va! ustedes no pueden ir solas ahí!”
Y, así, el hijo del medio de doña Lidia se fue en quién sabe qué momento a buscar quién nos guiara al cañón.
Se había ganado mi respeto por cocinarle a Wil la pelota de hígado que ni la misma Lidia le quiso cocinar. “Me pierden siempre las panas, no jodás!” se negaba por primera vez a algo esta mujer.
“Andá traéme un limón, apuráte, hombre” le decía el muchacho padre de 2.
Tan educadxs para la solidaridad y entrega lxs tiene la matrona que pareciera que ellxs asumen cuando ella ya no da.
Entre cocinarle la cena a estos “borrachos de la esquina”, alistar a su hija para el viaje del día siguiente y ser un muchacho joven entre aquellos de su edad, también acomodó el cuidarnos con los vecinos para nuestro viaje del día siguiente. Él mismo (y nadie en esa casa) había jamás ido al cañón. “ahí no voy ni loco yo!” se impulsan unes a otres con ideas sobrevaloradas de la altura del agua en ese lugar. Entre el miedo a nadar y la apropiación del chisme se restringen las posibilidades de irlo a visitar.
Franklin sale de entre las casas. El primer hondureño que conocemos desde que entramos a Nicaragua. 
Aquí los guías no bajan de veinte dólares para ir a nadar.
Como guía aficionada, comprendo que a veces nuestra ayuda en lo que hacemos no es absolutamente fundamental.
No vinimos a pasar lujos ni a turistear.
Pero nada de lo que pensamos importa; dos mujeres no van solas y se dejan, encima, acompañar aunque sea de un hombre que no han visto antes en su vida. Franklin, claro está, es de la casa si por ellos viene recomendado. 
Amanecemos, entonces, con un acuerdo extraño de esperar a Franklin a las 9 antes de irnos a pasear.
Ángel, el nieto de la Lidia, se ilusiona desde temprano porque hoy es mañana de liga. Desde las 7, mientras las mujeres palmean, anda apurando sus deberes para poder ir al partido de 8. “8 de la noche?!?!” le pregunto entredormida mientras trato de contar los pollitos y conejos de este lugar. Claramente a las 8 de la mañana un domingo ya es hora suficiente para ponerse a sudar.
9 y resto pasa Ángel en una bicicleta excesivamente grande para sus cortas piernas. “Que dice el Franklin que si le esperan para terminar de jugar”. Una hora y media más esperamos.
El vecino en disculpas nos confirma: “si él les dio palabra, él va a llegar”
10:30 y el chico entra. Ganaron la ronda y tiene otro partido a las 2. Es el momento perfecto para de verdad irnos tranquilas y que él se pueda relajar. La congoja le aumenta notablemente. Entra y sale de la casa. Entre la suya y la nuestra hay varias de por medio donde se debe justificar. Es claro que la colonia familiar ya está enterada del "enorme" pormenor. Romper la promesa a otro hombre sobre el cuido nuestro, dejarnos solas y encima fallarse a sí mismo no le viene fácil.
“Le hablan, mire”
Doña Lidia al teléfono nos llama desde el trabajo temporal que hoy contenta salió a realizar. “Y no van a ir al cañón?” desde lejos su mano cuidadora todo lo vela. "Las espero en la noche, veá?"
La verdad el sinsentido de todo me llega al punto final: “me llama al Franklin, si me hace el favor?” y sin más y sin menos nos logramos ir, dos horas después, a ver qué es la cosa con ese lugar. 

Nicaragua, repito, no tiene nada que envidiarle a Costa Rica.
Desde hace unos días circula un artículo con 18 lugares que todo el mundo debe visitar en Tiquicia. Me niego a abrirlo, pero mi esposa me lee la lista mientras en algo más estoy. El multi-tasking rápidamente me hace repasar que no hay nada ahí que Nicaragua no haya ya superado en varias ocasiones en el escaso tiempo acá.
“Un guía es MUY importante! MUY importante” nos repite el guarda-parques en la entrada del lugar. Eso después de que una larga explicación con mapas, senderos complicados, advertencias y alarmas se reduce a un descuidado y desinteresado “bueno. del río a la derecha, pues” tras nuestra insistente negación. Su insistencia y mi resistencia se empatan en el típico lugar de ligereza con el que nos manejamos en Costa Rica sobre muchas de las leyes de nuestro propio hogar.
“se vino en manga corta la gringa” hablan a mis espaldas las locales mientras se pelean por la música a todo volumen que casi rompe los parlantes de más de un celular. Tanto me he cuidado de no hablar de extranjeros en español que ahora me siento injustamente al otro lado de semejante falta de cordialidad.
En Nicaragua soy gringa, pareciera, y hasta Wil, “el borracho”, me echa el cuento en un inglés autóctono que me cuesta comprender. Gringa o no gringa, la camisa sin mangas me sigue pareciendo esencial.
bus, caminata, panga y nadar. Así llegamos finalmente.
Nadar corriente arriba en el cañón de Somoto ha sido de las experiencias más maravillosas de toda mi vida.
Ojos bajo agua viendo hacia fondo: registro rocas enormes a todo tipo de profundidad.
Ojos bajo agua viendo hacia arriba: los rayos de sol entran y crean una luz espectacular.
Ojos sobre agua ven una combinación de roca cortada y bellamente alineada con agua cristalina que va a lo largo de todo lo que ve.
Jamás he nadado en aguas más bellas de las que pude disfrutar en la calma y belleza de este lugar.
Lo sigo afirmando, el/la guía es innecesarix, dos mujeres pueden ir y venir si les da la gana y Nicaragua no tiene nada del todo que envidiarnos en términos, al menos, de los recursos naturales inexplotados que tienen para gozar.

10 de enero 2016 


Una cosa sí le aceptamos al Franklin: sus consejos para pasar la frontera hacia su país natal.
¿Qué clase de nombre es “Las Manos” para un lugar? Es riquísimo ver el lenguaje desdoblarse en las nuevas fronteras literales de otro sitio.
Por las manos nos ganamos horas, aseguraba el ojalá ganador de la liga de fútbol de ayer. 9 a 0 el primer partido. 2 -0 el segundo. A veces contra planes todo el mundo puede quedar feliz y contentx.
Nos levantamos a las 6 y de nuevo fallo en poder ayudar a palmear.
El bus de las 7 a Las Manos nos pasa por Ocotal sin mucho alarde. Tipo 9 llegamos a la frontera. No duramos ni 2 minutos (literalmente) en bajarnos y ya el primer oficial de migración nos quería cobrar. “Hoy no pasan, pero, si quieren, me buscan y les puedo ayudar”. Claramente seguimos recto.
Nacionales hacen una fila eterna mientras nosotras pasamos entre, lo más, unas cuatro personas. La oficial de ventanilla se deja unas cuarenta córdobas de vuelto y deja el trámite tirado con tal de no tener que descontarnos el menudo. A manera de “favor”, nos piden no dejar que nos vuelvan a sellar el pasaporte con otros 90 días de permiso. Eso de favor no tiene nada más que acortarnos un posible regreso. No es en esta ocasión que volveremos a Nicaragua y con los 90 por ahorita nos basta. Sin la menor queja, avanzamos rápidamente hacia el lado hondureño.

Sobre los sesgos del oficial de migración hondureño hacia mi apariencia en relación con mi identidad de género escribiré, para sanación propia, expiación de mis molestias y su muy anónimo detrimento, una ponencia completa para la Ira Jornada de Reflexión sobre el Cuerpo y las Corporalidades.

En algún punto entre Las Manos y Tegucigalpa, mi cuerpo necesita llorar. Es demasiado lo que tenemos a la mano. Es extensa la belleza que compone hectáreas seguidas de virgen naturaleza. Entrando por la puerta trasera de Honduras, lo que se ve son kilómetros seguidos de pura grandeza plena. Tanta que me rompe a lo interno hasta salir por mi cuerpo. Un momento de ruptura me es necesario. El cuerpo es sabio y sabe cómo y cuándo, aún inesperadamente para mí misma, encontrar expresarlo. ¡Nos han robado tantísimo! La injusticia de ver gente vivir con menos de lo mínimamente humano se multiplica quizás en relación directa con la magnánima vista del virginal estado de todas estas tierras. El pueblo de aquí sabe mejor que nadie cómo trabajar las siembras. Recibir menos del mínimo por su trabajo constante no es digno para nadie que esté involucrade en esta enorme transacción transnacional.

Trasbordamos en El Paraíso más infernal de esta tierra en una estación de dos arcos de barro. La espera y el camino hasta Danlí nos invade con una realidad fortísima al puro frente. Toda ella, por supuesto, sin preguntar. La gente del pueblo dialoga naturalmente, como si hablaran de maíz cascado, sobre las múltiples y trágicas muertes de la gente de su comunidad. El dolor en ocasiones opacado por la naturalización de lo que no debería existir. La pena a veces vislumbrada en el arco de un ojo que decae ligeramente en un pequeño rastro de tristeza. Una hija ahorcada en suicidio, una sobrina muerta al nacer por descuido básico de un hospital, hombres asesinados por la guardia, niñes en abundancia que fallecen por razones múltiples que se hubiesen aliviado con una mínima e ínfima atención básica, a veces con sólo un mejor acceso a una pequeña educación. No hay manera alguna de no sentirme bendita por los privilegios que he tenido. Hay muchos motivos para querer rasgarme de los lujos innecesarios y querer vincularme a primera mano en aquellas esferas de cosas que puedo cambiar. Por ahorita me queda pendiente cómo, cuándo y adónde. 

Tegucigalpa me sorprende. La amplitud es mayor a la que me podía esperar. Colinas en medio de la ciudad; muchas colinas en medio de una atascada y enorme ciudad. Casas se apilan unas sobre otras. Laderas inhóspitas albergan ciudadelas completas de casas por doquier.

Un taxi sin dirección exacta a la cual debamos ir desemboca en un mall más amplio de lo que tenemos allá. “El remate de la ironía” lo titularía. Una chica “acomodada” me recuerda a mi familia y mi pasado. Pasamos la noche en un apartamento vacío de cualquier compañía y medianamente lujoso al menos en su apariencia. Esto es un claro paréntesis a nuestro viaje. Lo tomamos como una pausa a la mitad del camino. 
Me ducho a profundidad. Llevaba 2 días de no bañarme en una ducha formal. Trato de restregarme la suciedad de un par de pies, pero resulta que ya llevan la marca indeleble de mi chancletudez. El olor a humo de la casa de doña Lidia nos es ahora mucho más aparente. Pensamos al principio que podríamos extender nuestra estadía un par de días más. La verdad no vemos motivo por el cual quedarnos en este pretencioso apartamento que está lejos de llenarse en forma alguna de hogar. Avanzo con mi trabajo final de la U, aprovecho la almohada suavecita y el colchón, pero mi cabeza no cesa de procesar.

11 de enero 2016 


Pensábamos que hoy íbamos a descansar más allá del mediodía. Desde las 7 y media estamos listas para irnos. Sin wi-fi por días, no tenemos idea ni de dónde estamos ni adónde podríamos pedir que nos dejen para poder salir de aquí. Aunque la anfitriona nos trata de ayudar por medio de su celular, su comprensión desde la clase medio-alta está lejos de darnos aquellos medios en los que creemos a la hora de viajar. Esta casa tiene seguridad privada. Por dicha, el muchacho nos ayuda a buscar cómo nos podemos largar. Tranquilamente le dejo claro que no hay nada en lo público que no podamos o queramos usar. La cara de alguna manera se le desfigura en una mezcla de sentimientos entre pena ajena, rabia y sorpresa por la falta de capacidad de su jefa de podernos orientar. “tengo un carrito de un amigo afuera. si le ponen el gas, él con gusto las lleva”. Cambiado a ropa de salir, el guarda nos acompaña a la estación del bus. “en un rapidito lo mataron” hablaban entre ellos dos. "frente a la esposa y los hijos, vos" No era un MacDonald’s ni un autobanco como yo pensaba. “estos rapiditos las llevan” nos dicen al dejarnos al lado de una buseta que va para San Pedro Sula. Poco adecuada la conversación de camino para venirnos a dejar a este tipo de autobús. Me niego, no obstante, a dejarme permear de miedo. Precavida o ilusa, quizás, pero jamás temerosa de circular por nuestra América Central.

Segundos después, estaría sentada en el campo desde el cual me dieron una extensa y pausada cátedra de migración.
nunca supe si era Wilbert o Franklin (y hasta ahora que me siento a acotarlo veo la relación con los chicos de Somoto antier), pero acepté la anonimia de su nombre tanto como él necesitó la mía. Desde que lo vi, al lado de los únicos dos campos vacíos atrás, supuse que algo pasaba. Rápido comprendí que su padre iba al otro extremo de los campos que nos cercaban a mi esposa y a mí. No habíamos comenzado a andar hacia San Pedro cuando sacó algo de la bolsa de atrás. Sigilosa reviso sin respetar. Lo que sacó me fue sospecha suficiente, pero aún así lo llegué a dudar.
Estudioso y curioso revisó el mapa. México, pensé, y el título por el cual retorcí mis ojos mal educados me lo confirmó. Ahí dejé mi tarea y me puse a meditar.
Pasaron quizás 30 minutos de las 5 horas totales de viaje antes de que el muchacho me comenzara a hablar.
Conozco una gran parte de su vida, pero también él algo de la mía ahora.
Sus hermanas, de 19 y 22, son ahora madres de hijos de mareros. El papá, cuyo título de ascenso a sargento hoy mismo pude leer, "sucumbió" a la ebriedad. El aliento que traspasa los hombros de Jimena para marearme sin cesar era la única introducción que ocupaba el señor. Su esposa, como él aún le llama, hace tiempo vive con otro hombre mientras su padre duerme ebrio en algún pedazo de piso de su casa. "Es un manicomio aquello y mejor me traje mi viejo que nada hacía allá"
24 años tiene este hombre apenas. Completa vergüenza me dio darle mi edad a cambio.
Sin escuchar o sin creer que no me interesaba ir “al otro lado”, hoy me creo capaz de comprender aún mejor cómo podría hacerle para cruzar "p'allá". Vimos hombres tirarse en paracaídas en pruebas de entrenamiento de las fuerzas armadas durante el camino. 
Con tatuajes en hombros y espalda, al hombre sin nombre le es necesario ponerse una camisa encima que le tape su fachada. "Si a vos o a mí nos ven con éstos", acota sobre mi pelo en equivalencia con sus tatuajes, "ya ahí merito nos devuelven". 
“nos clavábamos palos al corazón con tal de morir” me contaba sobre su experiencia en el desierto de Arizona. 3 días y 3 noches quedan como cuentas grabadas hasta en el filo de su lengua como los peores días que ha vivido en toda su vida. 
Llevaba 10 años de estar lejos de Honduras y su viaje para arriba incluye un río en Guatemala. 
Él me recomienda pedir asilo en México. “Es fácil. Te encierran unos 6 o 9 meses, pero vale mucho la pena. Rapidito te dan los papeles”.
“No confiés en nadie. Ni ese viejito, ni esa señora ni esos niños. Con nada te venden y te secuestran.”
La información que le di, escasa como lo fue según mis impresiones, le fue suficiente para saber cuánto darían por Jime y por mí en la frontera. Que alguien pagaría mi rescate, lo que valdría mi recompensa y lo que harían con nuestros cuerpos. Aprendí sobre los Zetas de alguien que ya les ha pagado para pasarse. Sobre violencia doméstica de un hombre que ha visto de todo y mucho más que yo. Sobre las rutas en el mapa por donde debería y no debería jamás irme. 
No sé si él comprende que la visa americana de mi pasaporte no requiere que haga nada de lo que insistió en instruirme, pero grave pena me aleja de esclarecerle la vida de mi madre, padrastro, mi familia política y mis hermanos. Genuinamente pienso que nunca me creyó que yo realmente venía a Copán, únicamente.
Cuando me habló de su hermana y lo mucho que no le quiso ayudar a pasarse, comprendí que veía en mí una manera de reconciliar el par de veces que su hermana se pasó sola hasta Texas sin pedirle perdón ni permiso. Me pregunto si el mío hablará de la misma manera cuando empaco para venirme a Centroamérica por tierra, sin itinerario ni cuido.
“me voy a llevar a mi papa para ponerlo a trabajar. si lo cacho con un trago, ahí mismo lo amarro unos días y lo dejo que sufra pa que deje de tomar”
La falta de dientes me era característica de un consumo de drogas excesivas y la sinceridad de su historia me lo aclara en lujo de detalles como el antecedente de su nueva vida.
"Ya ahora tengo una mujer y dos hijos y mi vida ha cambiado, oiga"
Entre recetas de guisos, una larga justificación sobre mi vegetarianismo al no poder comerle de su hígado en salsa, y una hablada rápida sobre el menú típico costarricense, hoy también escuché toda clase de calamidades tan genuinas que no hay papel que les aguante.
24 fácilmente podrían ser 48 y mis 32 apenas unos 2.
“En México ni de la [XYZ] instituciones te podés fiar; sólo de la migra, la marina y la [aquella que olvido].” Creo que con la migra en la frontera cuando me sellen el pasaporte yo estoy más que bien. Eso no importa;
“Decí que vas a Monterrey a trabajar haciendo estos bolsos” y la serie de consejos y advertencias nunca paró.
La migración.
la migración.
la migración...

aún no estoy lista para procesar – y mucho menos articular - todo lo que hoy tuve que permitirle a mi cerebro registrar.


8 de la noche (tras 8 horas de camino) y llegamos a La Florida. El man del cuarto de a la par no para de escuchar reggaetón y de hablar por teléfono, a la medianoche inclusive, sobre los males que le tienen en este hospedaje/estancia. “Yo trabajo el campo y las siembras” y se pelea con alguien tras otro por teléfono. “en una balacera que mataron a 5 bolos me fui a meter. De allí me fueron a sacar aquellos pendejos. Que me metí con la hijastra del capo" Necesito, de alguna manera, bloquear mis oídos. Hoy ha sido demasiada y excesiva la dosis de realidad.

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