20 de enero 2016
Desde ayer llevo preguntándole a Ian que a qué hora despiertan. No logro dar con la hora a ciencia cierta - ni con él ni con el resto de su familia. A veces me dicen 5, a veces 6, a veces, inclusive, 7. La de 7 logro refutársela, según yo, porque ya al menos sé que a esa hora entran a clases. ¡Lo equivocada que estoy a veces creyendo que poseo la pobreza de algún tipo de certeza!
El despertador nos levanta desde 6:15. Necesitamos ir al colegio a compartir y no queremos ser quienes atrasen. Para nuestra sorpresa, nada en la casa se mueve. La cosa nos sorprende, porque los platos que lavamos ayer era como para un batallón de 50 personas. Nos dijeron que quedaban sucios en el día porque salían corriendo en la mañana. La casa, llena de rastros de apuro, bien lo demostraba. Camisas de trabajo, escuela y colegio por aquí y por allá. Platos de quien sale corriendo como bien lo hacemos nosotras antes de ir a la U a veces. Y hoy, desde 6:30 en adelante, nada se mueve. "Tal vez el colegio no empiece a las 7, entonces" es lo que me pienso. 7 y algo se empieza a mover algo más que las imágenes de un televisor que desde el despertar está anunciando las noticias. Alguien pasa por el cuarto corriendo. Daniel, el señor de la casa, salió por ahí sin anunciar adónde. Aprovechamos para acercarnos a la cocina. El fogón aún ni comienza. Poco tarda Daniel en volver con un poco de leña. Las chicas, en enaguas de liceo, y él se van sin despedirse. La señora sirve café con un bollito redondo de pan. "Aquí no se desayuna. Sólo pan y café" y con eso se despide. Sintiendo que nos dejan botadas, nos sentamos con Ika a tomar desayuno. Doña Helena sale a dejar a Ian al colegio. Regresa al tiempo con una caja de mezcla para panqueques. A pesar de hacerse sólo con agua, ella igual les rellena con huevo y leche. En son de espera, nuevamente le ofrecemos ayuda. Ya para entonces nos dan casi las 8. Daniel finalmente vuelve y nos explica que le ayudemos a la señora con la refa. Las refacciones acá son meriendas considerables. El itinerario para hoy cambia a ayuda con la venta de refas, una visita a la asociación de Ixoq Ajkeem para mostrársela a Ika y el final del día para "hacer nuestra vida", nos dice. A mí la verdad me ilusiona ayudar en la venta de una señora tz'utujil. Me parece un gusto y un privilegio estar al otro lado de la mesa que frecuentamos a la hora de la cena. La venta, eso sí, es el liceo a la vuelta. Ahora todo tiene sentido. 30 vasos, 30 platos, 30 tostadas contadas. Eso porque las alumnas equivalen esa cuenta.
Aprovecho la visita a Ixoq para ayudar con las contraseñas de las redes sociales. Alguien acá, aparte de sacar miles de miles en ganancias, les ha dejado fuera de la administración de sus propios recursos. Con la confianza del lado positivo en relación con las decisiones de ayer, la presidenta accede. Apuradas, aprovechamos para actualizar perfiles por todo lado.
El vegetarianismo aquí no significa nada. Son más los chistes y burlas que la comprensión de la necesidad y creencias que le fundamentan. Así, a pesar de las aclaraciones en la mañana, nos comparten un pepián al almuerzo. Pollo en salsa y arroz acompañan el postre de panqueque con miel. Mi estómago arde, suena, se revuelca y retuerce. Prefiero eso mil veces que no pasar la prueba o incurrir en una falta de sensibilidad de devolver la carne tan cara que me están sirviendo. Por primera vez en casi cuatro años, la gallina que me anda por las piernas también la tengo servida en mi plato.
Después del almuerzo y sin preguntar ya siquiera, nos damos a la tarea de lavar todos los platos. 3 palanganas llenas de ollas nos dan tarea por una hora y resto. Para los oficios de la casa, el equipo de sonido vibra a volumen máximo. Entretiene de alguna manera el lavar en una pila con pailas en un techo de zinc mientras Sinead O'Connor, Laura Pausini y algún reggaetón de por medio nos acompañan.
Terminando la tarea, vamos con Ian al muelle de nuevo. Hoy encontramos familias pescando con anzuelos de camaroncitos secos. Los peces acá ni chistan por el llegar de las lanchas. Tampoco lo hacen por los anzuelos caseros.
Las tiendas en la noche cierran hasta 10 u 11 y el paseo con las jóvenes de la familia nos llevan a la librería cerca de eso de las 9. Nuestra cama prestada está hecha de tablas y mi espalda, sorprendentemente, tolera la postura única para dormir tranquilamente.
21 de enero 2016
El ritual de la mañana, con su imprecisión sorprendente, ya no nos desvela. 6:45 me levanto para hoy sí no bañarme. El valor que tuve ayer para congelarme los huesos ya hoy no me alienta. Me permito ajustarme a bañarme en la tarde.
Hoy, nuevamente, esperamos poder ir al colegio. "Llevarme a las 3 me parece mala onda" nos dice Daniel. De nuevo me quedo preparando la refa. El diálogo con doña Helena, con su poquita comprensión de español y mi tz'utujil inexistente, de alguna forma se acopla. Hoy tengo la bella oportunidad de sentarme entre dos mujeres mayores que el café de la mañana se comparten. Algunas palabrillas por aquí y por allá voy registrando.
La refa en el liceo la vendemos hoy entre Helena y yo. Atol de arroz nuevamente, tostadas mixtas con chow mein y panes rellenos en vez de panqueques. Hoy, por un quetzal, también se llevan poppys. Las hijas mayores de doña Helena, en vez de recreo, ayudan a servir y a cobrar cuanto puedan.
Las aulas de la mañana quedaron para Jime e Ika, pero en la tarde finalmente me sumo. Cuarto o sexto no hace mayor diferencia. Entre contar, el abecedario y algunas otras palabras, intento conversaciones grupales que les sirvan de algo. Dejo de tratar de enseñarles cosas sueltas y empezar a armar oraciones que hablen de su cotidiano. Algunas se ríen, pero bien que también apuntan. La vergüenza es compartida en medio de risas. La sonrisa como método para romper incertidumbres e inseguridades. Las clases, de escasos 20 minutos cada sesión, apenas dan para rápidos repasos. Saliendo del colegio a la 1, al menos ya pueden contar un poco sobre su vida con cualquier turista que pase.
Hay varias cosas acá que nos dejan varios sinsabores. La adoración a cualquier cosa europea es mi mayor desbalance. Las ticas, frente a alguien europeo, no valemos de mucho. El menosprecio por lo centroamericano es tan fuerte como la veneración hacia todo lo sueco, suizo, finlandés o americano. Muchos motivos alternos se desvelan y oportunidades se van en privilegios individuales.
Salimos de acá con una lista completa. Cada vez nos suena más gestar lo nuestro. Las maneras, los recursos, la gente y los contactos se van alineando. No hay manera de ignorar que cada paso de este viaje ha sido una enseñanza que se va acumulando. De cada sitio aprendemos una nueva manera. De cada persona, una nueva hazaña. Poquito a poquito, de cada pueblo nos vamos hilvanando.
A sabiendas de haber compartido lo suficiente para saber que no es mucho lo que logramos, nos vamos despidiendo. "Almuercen con nosotros primero" nos dice la bella Helena. Una sopa de hierba mora con una canasta llena de tortillas anteceden un juego de chanchos (y ya no de cerdos).
Sonreír a lo largo de una mesa con toda una familia es la despedida perfecta para sentir que nuestro corto camino por acá fue más que bien aprovechado. Intercambio de contactos, de tareas pendientes y de cosas vividas. "Me tienes que regalar algo" me dice el Ian, porque ayer de su corazón le nació darme un juguete. Saco la única cosa colorida de mi bolso y a cambio me llevo un pitufo. El celestillo saca la lengua y, a pesar de ser de Mac Donald's, me lo llevo de recuerdo de su preciosa sonrisa. La despedida me duele y las preocupaciones me aumentan, pero el tuck tuck a San Marcos ya no tiene retraso. Por 30 quetzales, continuamos divagando o, tal vez, tan sólo viajando.
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