Monday, January 4, 2016

3 de enero

Es un privilegio poder estar acá.
Cuando me hacía ideas, desde pequeña a adulta, sobre el lago de Nicaragua, jamás contemplé que pudiese ser este oasis de paz tan increíble. 
¡Son magníficas las ironías de la vida!

Cada día me siento a mirar el sol;
Un rato en la mañana, 
un rato en la tarde. 
las energías son distintas y los alivios también. 

Hace dos días salimos a recorrer el pueblo. 
Me ha costado un poco acostumbrarme a llamar “pueblo” a una serie de casas a ambos lados de una carretera. 
El sesgo claramente es mío y no el de esta amable comunidad.
La arquitectura, aprendo, es secundaria a lo que nos da la hermandad.

Creo que las olas de este lago habrían desvelado a Van Gogh. 
Las garzas que aprendí a pintar en clases de escuela ahora completan la romántica imagen con el esplendor de su dinámico pasar. 
Nunca pinté garzas blancas al lado de las negras, pero aquí he aprendido a asimilar la naturalidad de su clara igualdad. 
Los congos piden agua y una suave y ligera lluvia rápido se las da. 
A los chanchos, las chanchas y sus bebés les comienzo a concebir como si fueran una especie de perrx más. 
Las múltiples dádivas de la tierra cada día nos dan de comer. 
Desde arroz a frijoles, menta, albahaca y miel;
nunca he voluntariado más feliz que cuando rasgué la mala yerba de una mata de maracuyá. 
Maracúya le dicen acá. 
Lejos de preguntar por qué, a mí me alegra escuchar una distinta musicalidad para las mismas palabras a 20 kilómetros del país que se supone que es mi hogar. 

La responsabilidad es mucha de saber que la gente viene porque una vino a visitar. 
Recibir visitas de la nada que no vienen sino a estar. 
Aquí no hacen falta los motivos ni las justificaciones. 
Los miedos infligidos de saber que se espera de mí algún saber.
La mayoría de las veces encuentro mi mente tan de occidente tratando de razonar bajo los mismos parámetros que siempre le habían funcionado. 
Aquí mi sobrina podría encontrar miles de luciérnagas mientras cae el atardecer, pero no andamos cámara alguna que capte el reflejo de su luz sobre las piedras.

Monk y Coltrane, tan apropiados para momentos de aislamiento como éstos, se sienten a veces como un sacrilegio a un agua que no se para de mover. 
A veces me siento a preguntarme si el atardecer hoy se bañará de anaranjado o no. 
Y cuento, 
cuento…
y cuento...
Finalmente a veces el amarillo deja de aparecer. 

He pasado del insomnio a dóciles noches de 9 horas de sueño seguidas. 
He pasado de la cerveza a ni siquiera querer comer. 
He pasado de los vicios a la pura limpieza con el sólo hecho de ser.

Amanezco ahora con ansias de agua.
Queriendo nadar.
Queriendo que llegue la noche para poder descansar. 

He vuelto a apreciar el valor de una siesta, 
la comida en una jícara,
una nueva lectura vital y esencial. 

El cambio de año pareciera una mera coincidencia.
Como si el mundo entero existiera en meridianos y paralelos muy lejos de aquí. 
No me siento parte del mundo. 
A la vez, me siento más de la Tierra de lo que en otras ocasiones he logrado estar. 
Alejarnos de estos lugares se sigue viendo como algo muy conveniente. 
Quizás por eso nos vigilan sigilosa y constantemente.
Aparatos vuelan y luces aparecen.
Mientras tanto, aquí no pasa un sólo alma. 
Kilómetros seguidos de tierra y agua a la vista y a la redonda.
Desde hace 4 días he visto únicamente una panga en remos y una única lancha. 

lxs niñxs del pueblo se niegan a nadar. 
Esta soledad que tanto me extraña en la costa que es mi balcón lleva toda una historia de tradición oral. 
¡Finalmente! ¡Es sobre esto de lo cual se hablaba en libros!
Y ahora comprendo por qué no se divulga. 
Por qué no se publica. 
Por qué no existe. 

Rápidamente recuerdo que mi mejor interacción son el silencio y la escucha. 
Gracias a estos oídos mi visión va cambiando. 
Yo diría, quizás, “evolucionando”. 
En vez de ir para adelante, 
siento que voy de nuevo para atrás a manera de seguir avanzando.
Vuelvo a lo simple para regresar a la riqueza de lo nuestro.

Yo realmente no sé lo que sea de mi vida ahora o en 2 años. 
No sé qué será de mí después de mañana.
Lo que sí sé es que estar en estos lados me hace sentir acompañada.
Es como si de alguna manera haya sido siempre bien escuchada. 

Mañana comparto un "taller de teatro”.
“Vamos a jugar un rato” es lo que les he dicho.
Con el corazón en la mano, lo único que espero es poder retribuirles tanto.

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