Thursday, January 7, 2016

6 de enero 2016

Llegaron 12 hoy en total.
Mi esposa - que no es de teatro, pero que es más de teatro que yo, a veces - guió la mayor parte de la sesión.
Después del calentamiento iba según yo a colaborar con el trabajo sobre las escenas. 
Eso es lindo planearlo, pero lo que los métodos no explican es que en cualquier momento los perros que insistieron en caminar con nosotras a la comunidad tienen todo derecho a su instinto animal.
Se venía la parte más "chiva".
El momento que llevábamos esperando ingenuamente por días.
Y de repente la Pacha y la Gordita necesitaron ponerse a cazar.
En media sesión mientras Simón decía cosas al son de los antojos de lxs niñxs, 
la Pachamama destazaba con sus caninos lo que su hija flaquita logró alcanzar.
Para una vegetariana el ver a un par de perras comerse viva una gallina (o dos) es un acto paralizante.
La acción-reacción llega algo tarde.
Observo-asimilo-anticipo-actúo:
¿Cómo putas las voy a parar?
El acto es público mientras niñxs, padres y madres ven a la gallina poco a poco dejar de cacarear desgalilladamente.
Mi acto más violento es agarrarlas del pellejo del pescuezo.
Es muy curioso, porque la animal en todo esto siento que soy yo.
Con las miradas a la expectativa, siento que cualquier fallo, miedo o acto de cobardía rápidamente se multiplicaría.
Arrastro a las perras fuera del lugar mientras mi esposa retoma la actividad.
No sé cómo se explica en teatro perderse un final porque dos perras tienen derecho a su instinto animal.
Para cuando regreso de la casa, alrededor de media hora ha pasado en lo que voy y vuelvo.
Suficiente apenas para perderme el cierre final. 
Lo que me queda en la vida es una lección que dudo algún libro me enseñe jamás.
Eso y el cálido recuerdo del abrazo colectivo de un grupo de niñxs que me esperaba al regresar.

Dejo Tichaná con el corazón enternecido.
Siento como si mis sentimientos de humildad, agradecimiento y confianza en la vida se refrescaron y van recién bañados conmigo.
Es curioso; yo pensaba que a eso me dedicaba todos los días de mi vida.

Tichaná me enseña que hay aún muchísima más paz a la mitad del pozo.

Anoche Noe, Tomah, Jime y yo conversábamos desde la tarde hasta la cena. 
Recién regresados de Managua, se desintoxicaban de las pequeñas colonizaciones de la vida citadina.
Hoy, en el bus de 4:30 de la mañana, el shampoo del inglés vecino me despierta, aparte de ciertas resistencias, los ahora recuerdos de lo que anoche compartimos.

Las casas que antes me parecieron "rurales" al entrar a este lugar ahora parecen el Best Western de mi amada Tichaná.

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