Thursday, January 14, 2016

12 y 13 de enero 2016

Hoy no pasó mucho y a la vez pasó demasiado.
Decido despertarme temprano y aprovechar el día. Es para mí el mejor método para una noche de mal dormir.
Doña Hermelinda, la señora del lugar, pronto se nos acerca; las quejas sobre el vecino ruidoso de anoche son múltiples. 
"Le llegó una visita a la 1 y eso era todo lo que necesitaba" 
Me extraña que se preocupara por la mala reputación que él le podía dar al lugar. En un hotel con esta pinta y con condones al lado del tele, juré que la cosa se trataba de eso.
Caigo en cuenta que hoy llegamos a Copán Ruinas y me entra una emoción profunda.
Encima recuerdo que de aquí sigue Guatemala y brinco rápidamente por el cuarto.
Conseguimos una empanada de frijol de desayuno en la ventanita cerca de la única parada de buses del pueblo. Resulta que una empanada aquí sigue siendo una pupusa. Creo que he comido más repollo en Nicaragua y Honduras de lo que había comido en toda mi vida en Costa Rica. Ni el sauerkraut de los alemanes me pudo recetar jamás tanto. 
Trato de pedir ride en la principal del pueblo. Al rato esto de matar la lista de cosas pendientes por hacer en la vida me pueda ir funcionando de algo. 
¡Lástima! A pesar de haber preguntado, lo pedí en el sentido contrario al lugar para el cual íbamos, así que por dicha no nos lo dieron.
Aquí los buses pasan "jodiendo". Se ha perdido el derecho de estar en la calle libremente sin reportársele a nadie. El transporte público se regatea tanto como bolsos en las calles de la India. Sin importar lo que piensen quienes ya viajan adentro, el bus para, el ayudante nos viene a negociar la tarifa y..¡bueno! Chao bucket list y bienvenido el busito hacia Copán Ruinas. 
La verdad no comprendo la diferencia entre los nombres de cada uno de estos lugares. 'Entrada' no es entrada a ninguna ruina más que a su propio pueblo. 'Ruinas copán' y 'Copán ruinas' no son lo mismo y para ir a las ruinas la cosa se dice al revés. Es lo único que veo.
2 horas y media tardamos en el bus con más paciencia de toda Honduras. 40km por hora es decir demasiado.
Copan Ruinas me recuerda un poco a Antigua. Definitivamente aquí nos sentimos muchísimo más seguras.
Nuestro Couch no nos contesta y falta rato para que acabe el día. 
Dejamos la visita a las ruinas para mañana y hoy nos dedicamos a visitar el pueblo mientras el Couch se aparece.
"Vayan donde el gringo que es más relajado" nos dice la señora que vende empanadas en el Palacio Municipal. Ella fue un ángel que nos guió el camino.
Dejamos los bultos al lado de unos tambores en la tarima de Jim's Pizza.
Al salir y a la vuelta de la esquina, almorzamos pupusas donde una señora del pueblo. 
De mostaza, de frijol, de quesillo y de ayote. Al menos aquí hay un sustituto para las mil y un carnes. Cuando haga pupusas en casa, pretendo mezclar la de ayote con la de mostaza y dejar la de queso y frijol cada una por aparte. El loroco nos quedará pendiente por probar, porque la hacen sólo los fines de semana en todo lado.
Poco a poco comenzamos el recorrido:
400 lempiras: cama en un dormitorio de 6 u 8 en un hostel.
360 lempiras: cuarto privado en un lugar, aunque bien turístico, también bastante bonitito.
50 lempiras: se acampa frente al sitio arqueológico de las ruinas.
Aprovechamos el viaje a las ruinas para conseguirnos boletos.
Como caducan en 8 días y dan acceso a Las Sepulturas, dividimos la visita y hacemos eso hoy con calma.
Antes de entrar, caminamos quizás dos kilómetros de las Ruinas hasta Las Sepulturas.
En medio, veo muchísimas siembras.
No puedo quedarme con el clavo.
"¿Por qué hay tanto sembradío entre las Ruinas y Las Sepulturas?"
Tierras que vinieron a reclamar como pertenecientes de los blancos.
"Llegaron con títulos de la colonia como dueños de todas estas tierras"

Siete minutos de silencio.

Son los pueblos originarios de estos lugares quienes veo caminar por senderos maltrechos para trabajarles las tierras.
Hombres mayores, mujeres jóvenes, gente con la piel requemada y aún en la tarde siguen en sus labores.
Al otro lado de los campos, aún sobre la Pan Americana, varias "casas" resguardadas por militares.
Un trago grueso y amargo de saliva mientras veo hombres pasar con leña en las espaldas. Se ponen colchoncitos para alivianarse los ardores y un bulto en los hombros para que les duela menos jalar los palos.
Me da vergüenza quejarme de tener que andar jalando el bulto de mi cámara.
"Miren sus árboles" nos dice un guía a la entrada.
Hay más Guanacastes acá de lo que vimos a la salida de Liberia.
Firmas en el libro de visitas sólo hay una en todo el día. De un gringo.
Estamos a una hora de que cierren.
"La naturaleza es tan sabia que ha ido tapando todas aquellas excavaciones pendientes" nos dicen.
Estamos en un residencial de la clase media.
Camino descalza y recargo energías. No las del día, sino las de la vida.

Antes de irnos a acampar, tentadas igual por nada más quedarnos en el cuarto de un lindo hotelito, le preguntamos a un Tuc Tuc por el señor de Couch que buscábamos. Como es artista, damos con él fácilmente.
La casa, de ventanales pequeños en marcos de madera, está pintada en las paredes con colores, caracoles, flores y demás decoraciones.
A derecha, un ala de la casa está llena de gente que pinta lienzos en caballetes.
Venimos un par de días tarde y sin anunciarnos, pero a Edgar eso poco le importa.
"Pensé que ya no venían. Dejen las maletas; pónganse cómodas!!"
El sofá está cubierto con la misma tela maya que el sofá de nuestra casa.
Un chico visitante rápido nos saluda. Sale gente de todos lados.
La energía da vueltas en una espiral bella.
"¡Aaaah! ¿Son ticas? Yo conocí ticas de teatro en Antigua"
Rápido las conexiones con gente conocida se empieza a armar.
Nacen redes; múltiples redes.
Mientras andábamos en la ciudad temprano, honestamente nos sentamos a sonambulear despiertas con platos de otro tipo de comida.
Desde que salimos de la casa hasta ahora hemos tenido una dieta similar todos los días.
Como conversación de rato en el parque, nos sentamos a compartir lo que cada una comería si pudiera.
Tras un café con pancitos en la casa donde llegamos, aprovechamos la caída de la noche y la salida de la gente hacia el pueblo para ir a buscar cena un rato.
Edgar, el tocayo flaquito, nos acompaña.
Sin mucho caminar damos con un vegetariano y, así, cada una de las cosas que deseamos ahí estaban - en cada uno de nuestros platos - al final del día. 
Tras colmarnos de repetidas bendiciones, este pequeño Edgar sigue su camino. 
Nosotras regresamos a una casa con dos niñas bellas cuya familia nos esperaba para irnos a acostar.
La señora de la casa nos lava el baño con cloro. Nos acostamos agradecidas; bien pareciera que nos hubiese lavado el corazón con muchísimo cariño.

13 de enero 2016


Que esta foto todo lo resuma sobre nuestra subida a Los Sapos. 
Desde que el hombre ayer nos dijo que había un sitio al sur de la Acrópolis donde había una comunidad 'indígena' viviendo, mi corazón me dijo que para ahí íbamos. 
Me levanté hoy temprano como medicina para otra mala noche seguida. 
Pies a la tierra, me vinculé con el patio un rato. No pasó mucho para que se unieran el pintor de la casa y mi esposa. Empezamos un café mañanero entre los tres y rápido teníamos una mesa llena hasta con vecinos de lejos. Sin luz y sin agua, la conversación se hizo sobriamente amena. 
Marbella, la artesana que comparte lugar y experiencia con nosotras en el cuarto, se levanta a limpiar los ventanales de la casa. Acá lo que comienza una termina en la tarea entera de la casa. Las manos se multiplican y la tarea se simplifica. 
Salimos por cosas para aportar el almuerzo mientras otras ponen sus manos para alimentarnos a todes. Otro espacio compartido nos une y nos deja con el estómago a explotar un poco. 
A una hora de camino, dejamos platos sin lavar mientras otres lavan lienzos en la pila, y nos vamos a buscar Los Sapos con Marbella. 
Jalón para arriba con un hombre que cree en la energía que llevamos. 
Trillos, huecos en las paredes con palos que permanecen hacia arriba en señal de activa caza, árboles frutales que nutren extensivamente a la comunidad, guindos a los lados de caminos que se abren de pronto y, sobre todo, una vista insuperable al valle. Así llegamos a la plaza. Casas colindantes llevan el trabajo laborioso de las coloridas muñecas que se ven en las pupuserías del pueblo. Unos niños salen a saludarnos. Rápidamente se tiran a ser nuestras amables guías. Así damos con la piedra del nacimiento. Una mujer en labor de parto queda por muchísimo tiempo honrada en la primera piedra de este lugar. Estamos en la sala de labor de parto más antigua de Honduras, dicen los fallidos libros. Para los niños, este sitio es una mezcla de orgullo y juego. Le damos ampliamente a lo lúdico. Parí, parieron, jugamos entre sapos y el cocodrilo que cuida entre boca y cola a la mujer en postura de parto. La sangre aquí se encamina en senderos para desembocar en el río que le espera. El fuego al lado le mantiene en calor mientras las ruinas aún se ven desde un costado. La vista y la compañía es absolutamente maravillosa. No puedo evitar tomar una foto y los niños no se censuran en querer tomar una foto conmigo. Un botón y descubren el 'selfie'. Si me preguntan, sería lo ÚLTIMO que llevaría del occidentalismo a estas comunidades. A ellos les gusta, les divierte y, entre chiste y chiste, los recuerdos nacen. Rápido se van corriendo porque "ya viene el Lucas". Nos quedamos un rato en las piedras y en menos de 5 pasan dos señores serios con cargas de madera. La verdad es que comprendo por qué el Lucas no los querría encontrar aquí. Buscamos nuestro camino de vuelta y tratamos el otro lado. Los niños nos dijeron que era más rápido, lo cual es cierto, pero no que era más modernista, también. Salimos, entonces, por la famosa Hacienda San Lucas. Un hotel precioso, pero caro y pretencioso. Hay dos señoras hospedadas en este lujoso hotel. La comida cuesta el quíntuple y la noche va por más lempiras de lo que me parece justo con la comunidad que tienen al lado. De aquí nos robamos la vista y seguimos nuestro camino hacia abajo. Otro jalón para bajar la montaña, esta vez por una señora, y tenemos la oportunidad de hablar con un señor mayor del pueblo en la parte de atrás de un pick-up. Al volver a casa, Luna y Jade nos esperan para jugar rayuela. Las ruinas se quedan para mañana, nuestro último día en este lugar.



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