Saturday, February 20, 2016

20 de febrero - un día cualquiera

He hecho kundalini con una persona que abre su casa para quien quiera y crea. a cambio de nada. con constantes regañadas de que no necesito llevarle ni hacer nada por compensarle su bellísimo esfuerzo.

Con la práctica, más y más ventanas se abren. Las ventanas de las cuales nos hablaba Mario en La Burbuja;

las ventanas del alma.

Nuestra pared ahora tiene un muro con un(a) bellx caracol(a).

"Semilla" he decidido ponerle. Y la propuesta me la aceptan en la casa.

Estamos trabajando en la Semilla de abrir clases de yoga, teatro para niñxs, manualidades, quehaceres, saberes y compartires.

El jardín va creciendo y las siembras las hemos ido repartiendo. Salimos a otros jardines, a unirnos con las comunidades.

La comunidad de nuestro distrito está activa y poco han ocupado para irse activando las comuniones. Un grupo en whatsapp, un poco de amor a las redes sociales y los proyectos comunitarios han ido floreciendo por su bella y aceleradísima fuerza. Entre seguridad, ecología y oportunidades sociales, poco a poco se van uniendo y creciendo.

He ido moldeando el exceso de libros en mi casa a una biblioteca. Ahora que sirva para que la gente venga, saque libros y se lxs lleve. Abrimos el intercambio y fomentamos el trueque de todas las maneras posibles.

¡Acérquense! ¡Vengan! No necesitan nada más que el tiempo y las ganas. Aquí las cosas solas que vayan surgiendo.

Wednesday, February 10, 2016

8 al 10 de febrero

8 de febrero

Nos ganan en levantarse a las 6 de la mañana para salir a la capital de este país tan compreso.
Tipo 7 se activa la burbuja; tiempo suficiente para bañarme, que Jime despierte, y poder despedirnos al menos de uno que otro chico antes de zarpar a la calle.
Buscando el buenos días y hasta luego con uno, se reactiva la burbuja completa. Todes salen a despedirnos a las hamacas y los sillones.
No nos vamos sin antes firmar el libro de couches.
Un abrazo a cada uno; uno tras otro. Es algo así lo que se suponía que se sintiera levantarse a recibir el título para finalmente graduarse. Nos sentimos benditas en la salida a nuestro regreso.
Tres buses y llegaremos al Metro (diminutivo para Metrocentro) - sea lo que sea que eso significa.
Tomamos el bus de las 8 desde La Ceiba; otro bus amarillito en donde yo le iría abriendo, cual asistente de chofer, la puerta amarilla a la gente.
Parque San Martín es lo que buscamos primero. A dos cuadras del mercado, me adentro a buscarlo entre la anonimia del gorrito de mi sweater negra. En pleno sol de la mañana.
Al pasar entre las verduleras, le he de haber hecho ojos melosos al canasto de mandarinas.
Cuando llego a comprar sólo 1 para desbabearme en el camino, la señora/muchacha me la da a cambio de nada.
"¡a'i iévesela!"
- nono, pero cuánto cuesta? de veras!
- ¡A'I IÉVESELA! la misma insistencia en rechazo de un menosprecio que me hiciera un marero unos días antes, pero esta vez del otro lado de la increíble solidaridad abundante.
Metrocentro terminó siendo un mall enorme. Suficiente para que mi esposa tome café con un postre de mil hojas para sacarse su antojo antes de volver a casa. Para eso y para buscar wi-fi para hablar con la chica que hoy en la mañana en su casa nos espera.
10 y media, aproximadamente, vamos caminando entre Avenida Izalo y la Universitaria. El cruce de caminos mismo lo anuncia; esta zona es mucho más tranquila como lo académico e histórico demandan. La frescura del aire menos violento se percibe desde antes de las gradas del bus del cual bajamos y se confirma tras bajarlas completamente con el vendedor de frutas que sin un hola amablemente nos ubica, nos sonríe y nos guía.
Tenía un clavo aún del viaje en relación con los zapatistas. No pasaría ni media hora hablando con Nico, la chica que nos recibe con portones abiertos y llaves en su casa, cuando ya la bella me facilitaría los libros de texto de la segunda generación de la escuelita. Paso la tarde en una sala acogedora viendo video tras otro de cada una de las caracolas. El almuerzo es vegano taiwanés de una señora como a dos cuadras. No hay mucho más que una pueda pedirle a la vida.
El atardecer lo buscamos en un mirador al cual nos fuimos caminando. Tres chicas a pie y solas por las calles de San Salvador; ése es el orgullo que me deja Nico de toda su estadía.
Comimos platos típicos - uno tras otro - hasta decir que no podíamos más con un simple bocado más del todo. El elote loco de El Salvador estaba un poco más cargado de salsas que el de diez pesos de Chiapas. No se trata de comparar, y esa lección todavía nos cuesta.
Los aprovecho tal cual y dejo de tratar de describirlos.
Dejamos la vista de la ciudad con sus lucecitas prendidas en medio de onduladas montañas.
Finalmente otra cosa que quiere mi esposa se le cumple sin mucho esfuerzo más que el pensarlas:
Nico nos lleva a un bar LGBTQI que queda por su casa.
Entre ventanas que han sido quebradas (si por pedrada o por pleito me queda pendiente de confirmar), unas cuantas banderas de la comunidad y una mesa de pool, somos parte de las escasas 10 o 13 personas en el bar.
La vida nos la hemos contado entre Nico, Jime y yo de manera completa. Sueños, recorridos, aventuras y conocidos. Las horas pasan rápido y a la vez lentamente entre tanta conversa. El día termina temprano con 3 almas bien encamadas.
Capuccino y Botón, los gatos hermanos de la casa, del pelaje de mi gato Gabri me hacen sentirme cada vez más cerca de casa.

9 de febrero

Pensamos las 3 estar levantadas tipo 7. Hablamos todas muy matonas. 8:40 y se van oyendo las puertas. Un desayuno entre jugo de naranja recién exprimido, avena con frutas y miles de especies, tortillas recién palmadas y un aguacate con limón, sal y el té que cada una quisiera nos hace contarnos los sueños de la noche anterior y aquellas visiones de vida. Un poco sobre El Salvador y Cuba, otro poco sobre Costa Rica, Francia u Honduras. A cada una se le despiertan los intereses que más le resuenan.
Dejamos a Nico trabajar un rato antes de salir al mercado. Aunque nos han dicho que no se hace, a ella no se le hace mayor bola. Nos vamos al centro a ver la catedral, el teatro nacional, el mercado y la gente. El único daño posible es el psicológico gracias al acoso callejero, pero de eso que se libre quien pueda en las maneras que lo logre. Es claro que nosotres en eso no hemos avanzado lo suficiente.
Caminamos entre relojes, lámparas, cámaras y teléfonos viejos; entre artesanías nuevas y útiles escolares a rebaja casi en media calle. Legítima hora de gastar los últimos cincos de más en comprar algunas deudas personales o colectivas. Cuatro huacales de morro nos recordarán el chilate de anoche y darán a la casa un poquito de sabor de tantas comidas compartidas que nos han dado en la vida.
Nico camina y camina con calles sin descanso. Pregunta direcciones y avanza a paso firme, pero pausado, entre las tiendas del mero centro. En una puertita del viejo edificio simán se mete a un vegetariano con un menú completo de comida vegana. No sé cómo, pero lo logra de nuevo. Entre plantas medicinales y esencias que se venden en un mostrador al lado, una señora me sirve un té hirviendo de moringa. Justo lo que ocupo para poder seguir caminando. La precaución completa del viaje la resumo en tener la delicadeza de ponerme un gorrito de lana en el sol de mediodía para evitar cualquier otro problema con cualquier mara. Esa es mi honra a la cantidad de comentarios de preocupación de la gente. Una anda sola pero no es que no tiene vida y gente que le espera. Apenas tomamos el bus de vuelta a casa, el gorrito se guarda y comienza la aceleradera. Dollar City me da libros a precios bajos sobre autores salvadoreños que hace rato ando buscando. Se llena de libros de teatro tan valiosos que ahora entiendo por qué no se encuentra en ningún otro lado. La biblioteca de esta tienda es mejor a las bibliotecas regionales que hemos visitado. Le buscamos el hueco a la piñata de Nico para un novio en vísperas de cumpleaños y de ahí es hacer maletas para tirarnos a lo que llamo "la última aventura del viaje".
Las recomendaciones por gente en la cual confiamos, Nico incluída, es arduamente tomar el taxi para llegar al aeropuerto. Según nos explican, carretera al aeropuerto es la ruta que se toma para ir a las "zonas" más concurridas por maras. Son sus hogares y tienen tanto derecho a tránsito en las tarde-noches como el resto de la gente en toda esta ciudad y país. Las probabilidades son que las maletas de turistas en una línea de bus que va a aeropuerto se tiren más hacia el lado de un poco gustoso asalto. El costo rebajado de un taxi a aeropuerto es de $25 USD. Eso o $27. Algunos hoteles cobran $45, $35 o $20 con adelantos y aviso antes de tiempo.
El bus público en El Salvador ha sido el más barato de toda la región que visitamos. $0.20, $0,60 o no más de $1,20 ya sea a playa, dentro de la ciudad, rutas cortas o lejanas. Pagar $25 por un taxi nos suena a un monumental aumento de costos y a una privación de usar los medios populares.
"nos mandamos a darle" decimos al decidir tirarnos a ver cómo es la cosa.
Salimos con comida empacada por Nico para comer en el aeropuerto, un detalle único en la travesía completa que queremos reciprocar a quienes vengan luego a quedarse en casa.
Por primera vez, caminamos con los pasaportes en la bolsa del pantalón de cada una. Si nos asaltan o algo, lo único que ocupamos es poder llegar al vuelo.
Es paja que a una no se le hace un cierto nudillo en la garganta bus tras otro al saber a lo que se está arriesgando. Se necesita un trabajo mental individual de resistencia por no sucumbir a los pensamientos que jalan todos esos miedos que no aportan nada positivo. Es una auto-inyección de insulina anti-amedrantamientos internos y un supositorio nasal de aires de confianza, aún, en aquello que salimos a buscar desde que abrimos la puerta de nuestra casa. Por Centroamérica se tiene que poder viajar todavía. Si nos pasa algo al final, que eso sea lo que sea.
Muy al contrario, llegamos con ayuda de la gente, con sonrisas, campos donados y mucho cuido. Aparte de llegar hora y media tarde de las 3 horas para vuelos internacionales (tiempo en exceso, además, para un aeropuerto tan chiquito), no sufrimos más que el dolor de saber que no mandé la navaja suiza en el equipaje. La que nos habría ayudado a pelar más de un aguacate, cortar una que otra papaya, la que lavamos en uno que otro lago..... Ahora queda en manos de algún trabajador aeroportuario.
Arvejas, banano, papaya y un mix de Diana....abordamos un avión en el cual vaciaron dos vuelos poco eficientemente programados.
Mis suegros nos recogen a recordarme del pelo que lo ando hecho un cucurucho de nombres de fábula. El entumecimiento es grande ante el cansancio, pero las horas nos agarran hasta tarde poniéndonos al día con todo lo que ha pasado en la casa.
No duramos mucho en darnos cuenta que el trabajo apenas comienza. Que la vida nos espera con un viaje que no termina en vaciar las maletas de la puerta. Muy al contrario, ahora lo que falta es poner todo en práctica.

10 de febrero

Los chicos se levantan mucho antes de las 8. Desde entonces estamos arreglando, revitalizando, reforzando y remoldeando cuestiones en la casa.
Trueques, posibilidades, muchas oportunidades para aumentar el bienestar de muchísimas personas.
Cada gesto, cada costumbre, cada explicación dada.......de todo nos impregnamos un poquito para ir haciendo mejoras a nuestra casa. Estamos a la espera de una serie de invitados. ¡No invitadxs! Miento. Ahora nos preparamos para empezar a ver cómo se cosecha esas siembras de redes y hermandades que hicimos a lo largo de un movido, gozado y sufrido camino.
Ahora tengo una lista de cosas enormes, de la cual me encargo hoy en una pequeña, pero gran parte.
Arúgula, que pensaba iba a estar muerta, hoy se pone a trueque con los tallos más grandes y fuertes que jamás yo le haya visto. Salen muebles, se reacomodan tuberías, ¡seguimos avanzando!

La tarde-noche me agarra entre el abrazo de sueño de mi sobrina y un paraguayo que me abre los ojos a la realidad paraguaya de derechos LGBTQI y su relación con el teatro.
Estoy de vuelta en Costa Rica, pero aún no he aterrizado. Porque yo ya no soy hija sólo de esta tierra, sino de todos los países que desde el principio y ahora más que nunca conozco como mis tierras hermanas.
La vida me trae hecha otra y yo digo que qué rico poder ir soltando esos cascarones.
A brillar, a bretear, que América Latina nos espera.

Monday, February 8, 2016

4 al 7 de febrero

4 de febrero 2016

Empezamos el día tarde. Tan tarde como creemos que nuestro anfitrión acostumbra. Aprovechamos el desayuno tardío para intentar probar las pupusas.

12 m.d. y vamos saliendo hacia el centro. Con pesar de negar propuestas, pero con la certeza en lo que realmente nos gustaría, nos escapamos de las sugerencias de restaurantes al insistir ir a comer al mercado. Hay unos cuantos errores en eso, según meramente todo aquello que nos cuentan: 

1. No se entra a los mercados en Sivar (es lo que nos dicen algunes)
2. No se comen pupusas al mediodía
3. No se entra al mercado de Santa Ana con este corte de cabello que me ando.

Entré ilusionadísima a conocer el mercado del pueblo. Hay una variedad, densidad y ligereza en la experiencia misma de andar por los callejones de un lugar tan propio a la cultura que se visita que no se condensa de mejor forma, para mí, que en el mercado central de un pueblo. Cada mercado me da una nueva vista a los acomodos de las culturas. El de Santa Ana, he de decirlo, está entre los más grandes que hemos visto en este recorrido. Los callejones son numerosos y la oferta es amplia. Lo que me es desconocido, suele serle usual al local que espera detrás, o delante, de su mercancía. Aquí pasamos por una peluquería en donde el corte cuesta 1 dólar. Contemplo si volverme a recortar el mohawk aquí nuevamente, pero Jime lleva hambre y la salida fue por comida - no por mis gustos. Paso en la idea y seguimos recto. A veces esos segundos de pensamientos que se convierten en pasado lo hacen muy sabiamente. Cuando logramos dar con los comedores, se dificulta ubicar dónde comer algo que no tenga animal a su centro. A esta altura del viaje, ya se nos ha hecho costumbre preguntar si nos pueden dar arroz, frijoles y alguna verdura. Jamás esperé ofender a alguien al pedirle frijoles al mediodía, pero lo logré con una señora bien brava que de su comedor me echa como espanta una moscas de la tapa de una olla. Bueno...seguimos el camino pensando que al rato la impulsividad de su chicha no era mi culpa. Así vamos a dar con una señora mayor y una no tanto que tienen tortas de especies, otra de arroz con más especies y unas papas asadas aisladas. Con el hambre que me llevo a ya casi la una de la tarde, le pido arroz, ensalada y una de cada una de las tortas que tiene en el mostrador. Me las sirve justo a la par de 3 pescados que me sacan sus fallecidos ojos estáticos. No hay otra opción aparte de la soda que no sea horchata. Espero que le sirvan a Jime y Manuel cuando se acercan dos tipos a hablarle al chico que nos hospeda. 

Diónde son?! - pregunta puntual uno de los manes en tono grosero.

El primer pensamiento acá es que son asaltantes y vienen detrás nuestro para medir la vaina o para echarle el cuento a alguna. Manuel se exhalta un poco, lo piensa y luego nos escuda diciendo que somos todes "del centro", de por ahí por donde queda su casa. 

¡¿Y por qué se anda ese pelo?! 
¿Cuál pelo?, les pregunta Manuel.
¡¡P'os ese!! me tira la acción con los ojos muy claramente y Manuel finalmente le hace las segundas que todes esperan.¿¡Por qué lo anda!?, comienzan los enjaches, el tono más alto, la mirada más fuerte y la nota un poco más violenta. 
Manuel, al contrario, se enchiquece: No....pues....porque así le gusta a ella.
Yo, a pesar de que no me gusta que hablen de mi o por mí en mi presencia sin permitirme hablar por mi cuenta, veo el lenguaje físico que habla más que cualquier palabra. Ya comienzo a pensar que sería mejor que me metiera para aclararle que soy extranjera. Es la primera aclaración que me han hecho sobre las maras; que no es con extranjeros la cosa, sino entre ellxs. Pero prefiero "humildarme" y no meter la cuchara en una conversación que ya va escalando densa.
P'os no!! Aquí se lo rapamos! se clavan los ojos de ambos tipos en mi mirada y empiezan sus brazos a hacer impulsos para adelantar el pecho. El chico detrás mío se me acerca un poco más a mi espalda. Mi corazón, comprensivo a una velocidad mayor de lo que anda mi mente, retumba al ritmo de un tambor acelerado. 
Lo que Manuel les dice de aquí en adelante no se registra en mi cerebro. 
Comen y andan. El verbo exacto lo recuerda mi cabeza con el movimiento de la suya. No los quiero ver aquí. Ya eso me queda claro.
Manuel tiembla mientras las señoras del comedor, a quienes puedo ver ahora de nuevo, están un poco más curvas en dirección a las ollas al otro lado de la tienda. 
"si querés nos vamos" le digo a Manuel. 
:No...ahí quédense. Pero sí comemos y nos vamos"
Como quien le da play a una escena, la señora vuelve a su acción de servir la comida. "Entonces una horchata?" nos pregunta. 
"Sí, seño'...entonces una horchata."
Le pido el gorro a Jime, pero no lo anda en la bolsa. 
A todo esto, la bella no ha escuchado mayor cosa. Nos mira sin saber qué fue lo que estaban buscando los chicos mientras yo comienzo a comer desaforada con el corazón temblándome en la garganta. 
Cuando termino, le aclaro a la señora que, si muero, sepa que moriré contenta. Las tortas han sido la comida más rica desde el mercado de Guatemala. Bueno, desde la casa de Sergio en San Cristóbal, tal vez. Es difícil medirlo, pero definitivamente fueron un punto de referencia de una sabrosidad mezclada con un poco de realidad bañada como una chilosa pimienta. La señora se ríe y con eso se suelta la energía colectiva. 
"es que así se peinan los del otro bando" me aclara. Y el señor al lado de Manuel, que hasta ahora ha permanecido más que mudo, lo único que pregunta es "y adónde están las autoridades?" a lo cual ella, en la normalidad asumida de una voz un poco más baja, le aclara que están bien "lejos. si ellos les tienen más miedo". Antes de que terminara esa oración, mi mente recuerda que no les veo desde el parque del pueblo, precisamente al lugar al que volvemos apenas terminamos el último grano de arroz que nos queda.

De aquí, entre chistes, risas honestas y algunas de tensión, Manuel nos lleva a una tienda de helado de sorbetera que inauguró un hombre por allá del '56 en Santa Ana. Cuenta la leyenda y confirman las fotografías de periódico en las paredes del negocio que empezó vendiendo en carritos de helado y que, por cada hijo, se iba haciendo de un carrito nuevo que vendía en las calles del pueblo. Así fue como logró su imperio; con la más grande y más comprometida fuerza del trabajo de su familia. Ahora le llaman "La Sin Rival" y empacan los galones para llevar al exterior sin que se derritan. Estoy segura que el helado estaba delicioso y que mi cuerpo, lejos del frío, buscaba en el temblorcillo cómo soltar el miedo de andar en mi cuerpo un signo de enfrentamiento en un pueblo de batalla. No queda más que confiar y recordar que vinimos acá para seguir caminando. 

Entramos al teatro "nacional" que, a pesar de llevar lo nacional como apodo, es el Teatro de Santa Ana. Un museo pequeño en el primer piso recobra los valores europeos de arquitectura. Los pasamos rápido. Ahora lo que me asombra es que estos tours tan coloniales los empiezo de adentro hacia afuera. En vez de ver butacas, busco ir a meterme a escenario. La belleza de un teatro se me ha dado la vuelta y lo precioso de su vista lo encuentro en cómo se percibe el público desde las tablas para afuera. 3 telones a cada lado dan profundidades espectaculares. Butacas a medio escenario y hacia los lados me hacen pensar cómo hacer para que el espectáculo sea de disfrute también para las celebridades que ahí se esconden. La cabina de luces tiene más de lo que una se podría desear para un montaje no tan profesional, pero sí más que amateur. El lugar este está bien bonito.


Con eso cerramos el recorrido y me voy a una cama a descansar un poco lo que el día me tira. La verdad es que no es cualquier día que una despierta a ser confundida con una marera. No sé si MS o DC8, pero entre la una y la otra es más de lo que yo me'speraba al cortarme este mohawk.

Unas horas más tarde, volveríamos al único bar-restaurante que nos recomiendan en el pueblo. Entre ska y reggae, entre una birra y media nos adelantamos la cena. Lo que no conseguimos al almuerzo, lo buscamos en la noche. "Pupusería Gloria" me parece que es el lugar donde finalmente nos dan pupusas de loroco. 3 y 4 o quizás 5. No nos queda mayor cosa que'l descanso para salir temprano mañana al Tunco. 

5 de febrero 2016

Al pobre Manuel no le da ni el intento para salir después de las 8. Puntuales, a las 4 + 4 buscamos camino. De aquí al Tunco hay buses directos, pero no lo sabríamos sino hasta el día siguiente. Por hoy, tomamos rumbo al muelle de la Libertad a un mercado horizontal que se extiende sobre unas tablas marítimas que separan a las manta rayas no sólo de la vida, sino de su agua, y que las reducen de majestuosidades a cuerpos cortados sobre pailas inmensas. Brincamos el intento del Manu por comprar birras en un centro con un rótulo de Subway al frente y seguimos el camino de un bus que dejamos por una caminata bajo el sol de la pista. Una conexión tras la Despensa Familiar nos lleva con un six pack de a $3 hacia el final destino.

La cosa es vastamente más turística que todo lo que hemos buscado a lo largo de mes y medio. Capeándonos hotel, hostel y hospedaje tras otro, damos con el único camping de la concurrida calle surfera de la costa. Entre $5 por acampar en casi que un parqueo a $5 cada unx por un Hotel con nombre de Jade, nos quedamos en un dormitorio lxs 3 entre gringos, australianos, alemanes y unx que otrx visitante local por las noches. El hotel está a la costa de un manglar y el agua de ducha sabe a sal poco filtrada. Por una noche todos mis principios se reducen a hacer del pasaje una breve pausa. El diálogo con los surfos nos deja poco por compartir entre nuestra insistencia por voluntariado y su continuo trueque de un tipo de alcohol u otro. No pasa mucho después del atardecer para ir buscando cama. El Tunco lo que nos ofrece es finalmente un mar en el cual bañar gratitud, penas, el camino andado y aquél que falta. Mis zapatos finalmente se rompen entre las rocas y encuentran en El Tunco el basurero que desde Tiquicia los anda llamando. 3 horas después alguien los había sacado, pero su estado decrépito me hace corroborar el botarlos por vez secundaria. 
La casa se aprecia en lo maravilloso de sus olas; en la calma del Caribe mezclada con los surfos que bailan al final de la vista desde la sombra de los árboles. Mi Caribe no me deja; ni yo lo dejo a él nu'import'adónde vaya. 

Hago un intento que Jime rechaza por acompañar a Manuel a una noche de tragos. Nuevamente, no somos grata compañía en la mesa. De un ron con pausa de una hora para un zarpe no paso. Pero si me preguntan sobre las estrellas, el aspecto de las olas, de la arena y de la poca gente que bailaba entre el blues de unos gringos entre coterráneos, quizás tengo bastantes cosas guardadas en los registros de mi memoria. La vía láctea es una cosa hermosa que'l Tunco me regala. No queda mucho más que la gratitud de una breve pausa por un mar antes de seguir el camino de regreso.

6 de febrero

Check-out es una palabra que no hemos visto escrita en rótulos muy seguido. Con la salida esperada a las 11, la mañana es para aprovechar el agua y la arena. Un baño de despido y volvemos al camino. Esta vez, el bus a Santa Ana sería el destino final para Manuel, pero no para nosotras. En el portón de las Ruinas de San Andrés nos recibiría nuestra próxima anfitriona. Lejos de ser la dueña de la casa donde íbamos, quien nos espera es una mujer con uñas acrílicas y una metralleta a la espalda. Su regalo en la vida sería su mejor esfuerzo por usar dos celulares para llamar a quienes nos vendrían a recoger hasta este punto. Las redes telefónicas nos juegan su pasada. Más allá de Claro y Movistar, aquí el juego lo controla también Tigo, no sé cuál más y no sé cuál otra. No damos con el contacto y la vida nos tira a la pista. Entre carros a casi 100 km por hora no nos queda más que andar con los bultos en busca de un teléfono. Cada vez que lo ocupamos hay gente alrededor que no tiene saldo, aunque sus dedos no paren de teclear un celular en pleno uso. Entre referencia y otra, con quizás uno o dos kilómetros tras la suela, damos finalmente con el portón de la Hilasal. Más allá de la fábrica de ropa, lo que nos sirve es el favor del guarda. La llamada nos tira una nueva misión a la lista. Tomen la 15 y lleguen a la Ceiba. La 15 tardaría quizás sus buenas dos horas en pasar. O bueno, quizás una si la primera hubiera parado para recogernos. Ya en la camioneta amarilla que se pasó de busito escolar estadounidense a transporte público salvadoreño, el pueblo mismo nos ayuda. "Aquí es La Ceiba" nos dice una señora. "me imaginé que para ahí venían" dice después de anticiparnos la parada. El pueblo nos ve subirnos al bus y ya saben para adónde vamos. Dos chicos nos preguntan si venimos para donde Mauricio. Desinteresadamente nos encaminan mientras también llaman por teléfono para avisar que ya nos recogieron.

Nos llevan al lugar al que ellos también venían "a escaparse un rato". Cuando una ve que no salen chicas de ningún lado en un lugar amplio y solitario, el primer instinto es asustarse. 

Hoy la vida me dio el bellísimo regalo de la masculinidad como la he soñado posible alrededor mío. 

Hombres, chicos, varones...¡maes! de los que se dejan de mierdas y nada más se muestran tal cual; como seres humanos que comparten, hablan de sus vidas, sueños, dificultades y placeres sin el filtro social de esconderse, superiorizarse ni aparentar. 

Llegamos a La Burbuja entre buses y esperas. 

Los chicos, todos varones reconocidos como tales a sí mismos, se organizan libremente para hacernos sentir bienvenidas. Uno le pide a otro en inglés que nos de el tour por la propiedad. El tour incluye aprenderse cuáles plantas son cuáles; cuáles se pueden cortar y cuáles no; cuáles comemos y cuáles dejamos crecer. La gracia es que mañana al desayuno no nos deban mostrar de nuevo adónde queda todo para poder colaborar nosotras. La mayoría aquí da frutos que se comen; excepto el cactus de San pedro, que es el único que se comercializa para ingresos comerciales que sostengan la finca. Con cada ceremonia, cada persona que ingiere el cactus tiene asignade un acompañante. Entre 12 y 24 horas se puede hervir la bebida, según nos dicen. Aunque el efecto es el de un alucinógeno, el objetivo no es ése, sino abrirle las ventanas del cuerpo a la gente para que encuentren sus caminos, resuelvan sus dudas o sanen sus heridas y sus miedos. La última parada de la propiedad la pasamos entre matas que se guardan para regalar en el mercado. Ahí que la gente que no tiene espacio regale lo que quiera a cambio; algo así como un trueque sin necesidad de ser reciprocado. Nos agarra la bomba de agua, a lo cual nos explican que eso llama a que reguemos las plantas. Hay tubos por doquier y estratégicamente colocados como para ayudar a rociar todas las siembras. Las matas que quedan fuera tienen baldes para poder bañarlas. Pasamos una hora entre mosquitos, matas y agua. La conexión con esta tierra se da rápidamente. Al terminar, la prevención del zika, que tanto he obviado, me la rocía un repelente. No pasa mucho antes de que ya se pida comenzar la cena. 

El acuerdo acá nos quedó claro desde la pura venida. La estadía es gratis. Y la comida es libre une de prepararla por su cuenta. La gracia, no obstante, es comer en comunidad. Y para eso la contribución sin mayor obligación alguna es de 5 dólares por persona. Chilli, el hijo del co-creador de todo este proyecto, nos acepta que aportemos con alimentos en vez de dar dinero. Así cocinamos juntes y compartimos entre todes. 

Salimos, entonces, por quesillo, pasta de tomate y masa. "Vamos a enseñarle a las ticas a hacer pupusas". La masa la conseguimos en el pueblo por parte de una señora que nos las da en una paila que nosotres mismxs llevamos. Quienes nos encaminaron a casa son lxs mismxs que nos llevan por las compras. El quesillo está agotado entre las 4 tiendas del pueblo. Media libra donde una y otra libra en otro lado. La pasta de tomate no se consigue. El camino en Sivar nos ha enseñado lo suficiente como para saber que con hierbas bien podemos llenar las pupusas de buenos sabores. A la vuelta, ante la noticia, es justo eso lo que hacemos. Berenjena, "chaya", ortiga, albahaca, orégano de los 3 tipos y, para la ensalada, mucha papaya verde, pero esa va rallada. El quesillo va con las especies, la berenjena bien picada y la chaya igual, pero al lado. La masa se hace una especie de "placa" en la palma, se llena con un poco de todo, se hace una bolita y ahí mismo, entre ambas manos, se palmea. Va al comal que ya un chico tiene dominado entre el ardor del fuego y el espacio en el mismo. 3 o 4 hombres nos enseñan y eso despierta conversaciones de todo un poco, entre ellas el cómo es inusual que no sean mujeres las que palmeen tortillas o hagan las pupusas. Entre todes cocinamos y entre todes nos las comemos. Salieron unas quince más de lo que las 10 bocas logran devorarse, por lo cual se quedan para servirse tal vez mañana. 

Nos invitan a una fogata al fondo de la propiedad y no aceptarla sería un fallo. Entre un charango, una zampoña y una guitarra, nos tiramos a veces a hablar y a veces nada más a escuchar el son del alma o el instrumento (que para nuestros efectos van a ser exactamente lo mismo) de alguien. "se sigue lo que te surja; conectáte". Aquí las instrucciones para lograr las cosas son más comúnmente el "concientizáte" o "sentílo" de lo que son manuales verbalmente transmitidos. 

Casi a medianoche me voy a dormir sintiéndome maravillada porque la vida se me corrobora. Vivir esto es posible. Lejos de ser un sueño, hay lugares en donde esto ya son realidades. En donde estar entre 6 chicos salvadoreños, muy lejos de ser una preocupación, es una de las grandes bendiciones de este viaje. Nos hicieron una fogata, pero no sin antes preguntarnos si nos gustaría, si estamos muy cansadas o si lo disfrutaríamos. Nos preguntaron si echarle ajo al relleno, pero no sin antes contar otros 6 votos para ver qué decide la mayoría. Los votos son eso; un censo para decidir qué se hace en La Burbuja. Hablar desde el corazón es una normalidad y hablar de los 3 cuerpos de lo físico, lo consciente y el alma es la plática normal alrededor de las llamas. "Queremos oírlas hablar" y todes hacen profundo silencio. Pasé más de diez horas esperando la típica risa burlista ante algún comentario que consideraran estereotípicamente femenino. Nunca llegó, porque aquí eso no existe. La risa es sobre imaginarios, posibilidades o cosas que se hacen o dicen, pero nunca en son de burla, sino compartiendo lo gracioso de esas vainas que surgen. 

7 de febrero

Me levanto cuando ya otres llevan camino avanzado. Me cambio pensando que debo salir a la tienda para aportar al desayuno. Christopher, un chico apasionado por la cocina, revisa amablemente conmigo el inicio del día en la cocina para ver qué hacemos. La abundancia es suprema y el gasto innecesario. Convierto mi aporte en esfuerzo del cuerpo en alistar lo que lxs demás puedan desayunar al despertarse. Como no como huevo, hay avena que me repara mejormente el plato. La consideración por la dieta fue clara desde el principio. "son veganas? comen leche? qué no comen?" y así se mantiene el respeto a lo largo de toda nuestra estadía. La mesa se extiende cada comida entre más de 8 o 9 pares de manos hasta unas 10 u 11 lo más. Cada quien lava lo suyo; siempre alguien verbaliza gratitud por lo ofrecido y hecho. Siempre comer es compartir y dialogar un rato. 

Después del desayuno hubo un tiempo de descanso. Hoy es domingo y la finca no se acelera tanto. 

En medio del patio hay una torre de la cual nos hablan desde que bajamos del bus y camino a la finca. Usamos el rato para ir a visitarla, pero el mareo en la cima me hace bajarme más rápido de lo que aguanta una lectura de unas 2 o 3 páginas de mi libro. Lo que ando en la mano es un regalo de Manuel antes de bajarnos al bus de La Ceiba. Cuando lo abro, encuentro una dedicatoria bella que nos insta a no dejar de viajar ni cuando nos tope la muerte. Me regaló una obra de teatro salvadoreña que para él es favorita. Entre el coco de los árboles y la palma que se pandea, me cuesta un poco mantener el equilibrio sin sentir mareo. Me bajo y busco las hamacas en el salón principal de la casa. Sin quererlo, recupero el sueño de una noche en la cual dormí profundo, pero escaso y en eso llega un chico a compartir un arte de graffiti en la casa. "Quién quiere colorear?", pregunta. Y así de puesto y sencillo la vida me hace nuevamente verificar que los pensamientos rápidamente se me convierten en realidades. Cómo disparar el spray desde la línea, las distancias, las diversas posibilidades. Hoy aprendí a graffitear entre un grupo de gente de un artista verdadero. 


Sin darnos cuenta, nos llega la hora del almuerzo y la contribución nuestra no ha llegado para cuando están todes a la mesa. Salgo, entonces, corriendo en una bici que me prestan para ir por tortillas y queso. Queso no es lo mismo que quesillo. La bici, entre una manivela alejada del asiento y unos pedales que contrastan en una proximidad significativa a mi pierna, me hace dudar si logro subir una cuesta que luego bajo sin freno alguno. Entre las piedras pierdo el equilibrio hasta que me recuerdo que para algo estudio teatro. Problema resuelto si me concentro y agarro el centro. La bici funciona a mi favor y no en contra. Las tortillerías ya no tienen más de lo que buscamos. Ah sí, el mismo chico que nos trajo del bus el primer día y nos acompaña a las compras es el mismo que sale corriendo conmigo a última hora para traer lo que nos hace falta. Su amabilidad es significativa; tanto como para esperar conmigo a una señora que abre su puesto en la casa y nos busca sombra mientras nos hace el favor de prender la plancha para tirarnos lo que palmea. Para cuando llegamos a casa, entre un freno improvisado con mis tennis a la carretera de polvo o a la parte de la llanta trasera, la mayoría ha comido y sólo quedan unos cuantos que comen queso con tortilla mientras nosotros aprovechamos los platos que nos han dejado intactos. 

Ahora sí, podemos hacer un poco de trabajo en la tierra. Cortamos unos palos de guineo para bajar unas siembras y re-cortar los espacios. Las ticas colaboran en jalar los palos tanto como los chicos. La cosa siempre se hace en colectivo. Luego de eso regamos entre todes antes de dejar el espacio libre para ir a jugar futbol a la plaza vecina. 


Juré que aquí tendría que pasar por la eterna hazaña de tener que comprobarme en mis primeras jugadas para que me pasen la bola. Es lo que me suele pasar cuando juego entre chicas en mi tierra. Todo lo contrario, la equidad permanece, tanto en el trato físico como en el verbal en medio de un juego amable.


"Thank you, Krishna, for me to be chilling and playing ball with my friends" dice un chico desde el alma en un grito hacia el cielo en medio partido. La gratitud se les sale por la vida desde los poros y a mí lo único que me queda es la sonrisa sincera de apreciación por poder estar aquí en medio de todo. No puedo evitar respirar varias veces tratando de reconectarme con el presente. Ni en el pasado ni el futuro me sirve estar para no perderme nada de lo que esta gente me ofrece. Me ofrezco de cambio tras cierto tiempo de juego y los chicos al contrario me piden que siga jugando "porque es que queremos jugar todos". El placer es grande y el marcador sólo me importa para vacilar a quien me manda. 

Salimos al caer el sol de una plaza bella y vacía; rodeada de árboles y muy bien cuidada. A la vuelta, recogen unos pastelitos donde la señora del puesto de la esquina. Quedan para la cena para la cual aportamos pero poco se ocupa que cocinemos. "pidan antojos que vamos de salida" les decimos a la pelota que está jugando cartas. Café y pan dulce es el pequeño gasto del día donde una señora de una tienda que nos trata de alivianar los costos sin mayor motivo que su evidente solidaridad con la causa. 

Hoy después de la cena no hubo fuego o mayor cosa. Nos acostamos temprano mientras dejamos tácitamente que todos los de la casa tengan y disfruten su domingo en la noche a solas. Alguna película y mucha plática parecen haber compartido mientras yo me iba a acostar tranquila por las múltiples dádivas del día. 

La verdad es que salgo de La Burbuja sintiéndome enamorada de estas masculinidades. Hombres que se han trabajado individual y colectivamente por las vueltas de la vida y se encuentran todes a sus veintes en la sinceridad de sus personalidades. Quedo enamorada de los chicos en su colectivo, de la casa en su dadivosidad y de cada uno en lo que ofrece. Me siento respetada, honrada y valorada, pero, sobre todo, siento un alto nivel de respeto, agradecimiento, amor y afán por el regalo de la vida de encontrar a unos hombres y a un lugar tan increíble, pero a la vez tan tangiblemente cierto. Los sueños son realidades que alguien más ya ha forjado y mi trabajo en esta tierra se me va moldeando cada vez más claramente conforme pasan los días y paso por la gente. 

Thursday, February 4, 2016

1 a 3 de febrero

La vida es maravillosa.

un cajero nos robó la única plata que teníamos apartada para el resto del viaje.

Obviemos que llevábamos dos días parqueadas en Flores esperando a que esos fondos se descongelaran.

Gracias.

Salimos temprano contando con el dinero y, al retirarlo del banco, el cajero se queda con todos los billetes. Justo cuando pensábamos que salíamos de la zozobra de llegar a casi no tener desayuno asegurado, resulta que se nos dificultan los almuerzos y cenas hasta nuevo aviso."Aaaah sí, ¡no! eso nos suele pasar con nuestros clientes!" le responde la cajera de la sucursal a mi esposa con enorme descaro ante su amplísima ineficiencia.

No vale la pena perder un hígado por unos papeles. A la vez, en medio del capitalismo, sin esos papelitos de colores sellados por los bancos no hay manera de montarse a un bus, pagarse comida, quedarse en un hotel o casi que respirar en la vida. Entonces las cosas se complican un poco. Mi esposa se estresa, yo trato de serenarme en medio del sinsentido de las cosas y...¡bueh! las experiencias surgen.

Buscar wi-fi gratis cuando cientos de redes continuas son protegidas en comercios con múltiples claves con egoístas números. Cuando llegue a casa lo primero que pienso hacer es ponerle nombre al nuestro que lo ofrezca si a alguien le sirve. Hacer el reclamo con el banco. Encontrar manera de irnos. Calmarnos, porque ya el dinero es plata perdida y ahora la cosa es ver qué hacemos.

Eso es justo lo que buscamos. Qué putas hacemos.

Número tras número encontramos maneras de serenarnos la salida de la isla.

Dos boletos a 130 cada uno para salir a Ciudad de Guatemala. No sabemos adónde dormir ni qué ir a hacer. Empezamos a usar redes. Algunas de gente conocida, otras de gente por conocer.

"Llevemos momento a momento" es lo único que sé que me funciona en este mundo.

Segundo a segundo, momento a momento, gratitud ante la carencia y con fe en la abundancia, la vida nos fue llevando. No se construye con estrés sobre el pasado ni con ansias sobre el futuro. Se arregla un poquito con gratitud por la confianza del bienestar del presente. No tener dinero es meramente eso, pero es un lejano equivalente a la falta de bienestar de ambxs.

Ratito a ratito, avanzaron las horas. Con confianza ciega ante la bolsa, logramos bus tras otro y comida tras comida. Terminamos 3 de enero durmiendo en Santa Ana de El Salvador. Tomamos ride, compramos comida cuando la ocupamos a punta de puros trucos de una tarjeta de débito u otra, peleamos con taquilleros de compañías de buses tratando de librarnos de innecesarias estafas, pero, sobre todo, nos resignamos mucho. Muchísimo. Respiramos. Abrazamos la vida. Y seguimos caminando. Porque eso es lo único que queda. Sentirse al final del barril sin fondo y decir "pero ¡puta!, si el capitalismo me ha jodido inexplicablemente de nuevo". El único antídoto es seguir creyendo en la magia de quienes no creemos en eso.

No sabemos cómo, pero llegamos a la frontera. 13 quetzales era el sobrante. Un bus hasta nos pagó un segundo bus para poder hacer el transbordo. Todo eso sin pedirlo. ¿Pedir ride? más allá de un bucket list es una necesidad topada con la gracia de una señora y su bella familia. No tuvimos ride gratuito hasta Santa Ana, que era lo que realmente ocupábamos para llegar donde nos esperaba un chico que nos abre su casa. Nah. Tuvimos ride hasta San Salvador si así lo hubiésemos querido.

Hoy cenamos, tenemos más dinero de nuevo y seguimos en el viaje como si nada hubiera pasado. La vida es eso; confiar y seguirla pulseando para seguir avanzando en lo que una cree.

Esperamos llegar al 9 de enero para tomar el vuelo de vuelta a casa. Mientras tanto, los planes incluyen una parada acá en Santa Ana donde Manuel y su padre, una ida a La Libertad a una comunidad de permacultura con un voluntariado bellísimo y una visita corta pero suficiente en una casa en San Salvador antes de zarpar del viaje en la noche.

La cosa sigue rodando, una sigue soñando y, afortunadamente, juntas seguimos caminando y disfrutando.

Resúmenes breves de bellos días de mucha zozobra desde el otro lado del amable puente:

1ro de febrero

Flores es chiquito y hace un calor del supuesto infierno que Francisco niega, pero no niega, pero que en todo caso Dante afirma que era caliente. Me baño unas 4 veces al día y el resto del tiempo la ropa es mínima. Hibernamos en el cuarto. Para un viaje son días "perdidos" y a la vez no tanto. Descansamos, dormimos, tenemos una cama...el descanso permite el lujo de reponerse y disfrutar aquello acontecido mientras se refuerza para lo que sigue.

Cada cierto tiempo salimos a caminar para dejar bien vista la isla. Por un borde de Flores ya el agua inunda las construcciones. Anoche se nos agotaron las aceras y se nos recortó el recorrido. Hoy asumimos la caminata en el sentido contrario para terminar al menos con aquello que empezamos. Adentrándonos en el pueblo se ve la diferencia en los caseríos. Deja de haber hostels y hospedajes en las terceras y cuartas calles que se esconden detrás de los hoteles de la primera. Es como si el pueblo se hubiese organizado por costos y oportunidades de afuera para adelante. La proxemidad a la calle que entra de Santa Ana eleva los costos y franquicias hasta incluir un Ramada. Las segundas, terceras y cuartas hacen filas de hostales que van de 200 a 90 y de ahí bajan a 40. Nosotras salimos a caminar más allá de las colinas que dividen, por medio de un parque y una pequeña biblioteca, el pueblo del turismo al pueblo de los locales. La vista es menos lujosa, pero no por ello menos bella. Hay pueblos aún más amplios más allá del lago hacia las costas del otro lado. El atardecer nos agarra no sólo con más comida de la que esperábamos, sino junto con los kayaks que regresan de remar entre algas, basura y algunas que otras bandadas de peces. Nos devolvemos a seguir en la maratón de letargo más extensa de la vida. No hacemos mucho, aunque ver el muelle tanto de día como de noche nos absorbe con cierta actividad muy de vez en cuando. Nos vamos a dormir tranquilas, porque sabemos que ahí la vida nos va llevando.

2 de febrero

Salimos con tiempo para movernos hacia Guate o inclusive bajar, dependiendo del recorrido, hasta El Salvador en un solo viaje. Pasamos primero al cajero a retirar lo que nos queda. No hace falta decir mucho. Las máquinas están malas y la gente del banco lo sabe. A los clientes que tienen cuenta, les tienen acostumbradxs a pedirles 24 horas para hacerles un reembolso automático. A algunes les depositan de nuevo a su cuenta. A extranjeras como nosotras nada más nos mandan a llamar a nuestro banco.

Cuando trabajaba en medios que tenían que ver con lo bancario, no dudaba en pasar horas tratando de que su descaro disminuyera al nivel de un poco sentido común y humanitario. Hoy estaba en una sucursal con el pelo parado a la mitad de la cabeza, en pantaloneta y blusa de manga corta y con un bulto enorme a nuestras espaldas. Aunque eso me da una cierta carta de categoría turística que es bueno aprovecharla, ya el alma no me da para pasar 3 o 4 horas sentada esperando a que mi molestia tenga el efecto humanizante que a veces ni así llega. Veo a mi esposa llorar de la furia y sólo eso me empuja a hacer algo al respecto. Gerente, sub-gerente y una cajera altísimamente ineficiente. Creo que pongo a lxs 3 en la misma categoría adjetiva. Pude sentarme más tiempo a seguir molestando, pero la verdad es que llega un punto donde inclusive tirarse a la calle sin un cinco injustamente en la bolsa es mayor remedio a la salud mental de ambxs que tratar de seguir dialogando con una entidad promotora de todos los daños de un mundo capitalista.

No queda mayor remedio que buscar soluciones. Y lo único tangible era salirnos de Flores con un bus que nos llevara a seguir avanzando. ¿Adónde? ¿A quedarnos con quién? Eso no lo sabíamos, pero lo que teníamos a mano eran 8 horas de espera antes de bordar un bus que viajara de noche. Matemáticamente eso nos ahorra una noche de hotel que tampoco teníamos.

Durante esas 8 horas, el supermercado del pueblo con remates en precios nos daría una merienda más de lo que ocupábamos con los últimos cincos en las tarjetas de débito. Eso sí es cuestión de ir viendo cómo humildemente nos acoplamos.

Un rato en el parque nos pone en contacto con un "ex mojado" guatemalteco. Tiempo para charlar es lo que tenemos de sobra. Compartiendo y según él por nuestras caras desanimadas, nos lleva donde una señora que hoy ocupa gente en una refresquería. Grave error compararla en nuestras cabezas con la señora tz'utujil que nos hospedó en San Juan. La refresquería aquí no tiene que ver con refrescos ni platitos que lavamos para regalar nuestro tiempo ante la larga espera. Entramos con intención de regalar manos y cuerpo a cambio de pensar en otras cosas un rato mientras llegaban las 8 de la noche. Lo que encontramos fue un centro peligroso en medio de San Elena donde un chico nos metía a dialogar entre cervezas con un tipo de una mara. Eso a cambio de aumentar clientes en un bar de muy mala muerte. La categorización de "mala muerte" es una descripción tica que no debería usar para describir en términos peyorativos un lugar muy, muy rápidamente. Estuve en la azotea con ellxs mientras Jime leía en paz y tranquila sentada en una mesa tomándose una Brahva en botella. Bajé de la azotea prematuramente a pedirle que nos fuéramos. Creo que de ahí, si no salíamos en ese momento, es posible que quizá ni saliéramos. De tono cortés escalaron tranquila y rápidamente entre cortesías con Jime pero aclaraciones y algunas amenazas conmigo. Dejar la birra a menos de la media y salir corriendo fue un instinto de precaución de algo que por dicha hoy no estamos contando.

5 de la tarde y ya el rato en el parque deja de ser una opción para las próximas 3 horas y media. Volvimos corriendo a la estación de bus, esperamos un rato entre policías y pasajeros y luego salimos de nuevo al mall a ver cómo nos refrescábamos en baños que no nos cobraran por hacer hazañas para no tocar nada. Es lo que hay. Esa es la vida. Y el mall de Santa Elena nos dio lo que todo aeropuerto tiene. Baños, carga de electricidad, ambiente seguro, aire acondicionado. No es muy difícil ser esto de ser un ocupa cuando la necesidad lo requiere. El único golpe es el que recibe el ego.

Calculando que fuera de provecho, esperamos a las 7 para comprarnos una cena. Aprovechamos las conexiones que hicimos días previos por puro afán de compartir con las señoras locales y las fuimos a visitar de nuevo en sus puestos de comida. El combo vegetariano que nos dejaron a precio reducido ayer vendría hoy por el mismo precio de nuevo, pero más cargado con triple ración de tortillas. "Déle unas tortillas tostadas" le decía el esposo a las empleadas del lugar. Lejos de un cobro extra, nos amarraba en la comida un crujiente especial para acompañar la ensalada.

El bus que nos lleva iba lleno de locales. El bus de a la par, costeado por un visible grupo muy reducido de turistas europeos, australianos y gringos, costaba 5 USD más, pero iba con wi-fi, baños, dos pisos y muchísimo más espacio. Cuando volvamos con plata, tal vez en ese iremos. Por ahorita el viaje nos exige todo lo que hemos predicado; no ser turistas y realmente ser viajeras.

3 de febrero

6 de la mañana y llegamos con 130 quetzales a Ciudad de Guatemala. Tenemos la oferta de Lorena de quedarnos en el albergue de comunidades de su pueblo en la ciudad. Con toda honestidad, la lesbofobia que hemos sentido en Ciudad de Guate tiene a mi esposa asqueada. Entre eso y la reducción temporal de dinero, salir al Salvador ya es lo único que queremos. Hacemos eso. Tomamos cambios de buses que recordamos de nuestra entrada a esta tierra. De Centro Norte a 16 calle, de ahí caminar dos cuadras, tomar Metrobus al Obelisco. Todo eso nos sale como en 4 o 5 quetzales y unas cuantas caminadas. Desayunamos muffins en oferta y un galón de agua. El tarro del galón se lo dejamos a un limpiabotas sonriente que me dice que soy chistoso. Con "o". Pero bueno...ya la verdad que el recuento lo he parado. En Obelisco, la policía municipal nos ayuda a saber cuál bus agarramos. Vamos por unos 116 quetzales en total para esta hora de la mañana que entre cambio y cambio nos va dando las 9. Pasamos de neblina con frío en horas pico a volver a guardar las sweaters y empezar a sudar en las paradas cercanas a Los Arcos. Nos montamos al bus sin preguntar el precio. Si nos echan o nos bajan, es lo peor que puede pasar. Finalmente llega el cobro sobre la pista carretera al Salvador. 100 quetzales por ambas y nos quedan unos 16 para llegar a la frontera. Tal vez antes pelearíamos el abuso de los 100 por dos pasajes, pero hoy agradecemos siquiera poderlos pagar ante el riesgo que tomamos de montarnos sin saber. Este bus le paga a otro para que nos lleve de Jutiapa a San Cristóbal. Lxs chicxs del colegio se agarran de las puertas de la camioneta para llegar a su casa y una señora al frente se le duerme profundo a un niñx acongojado de no saber qué hacer con el bulto de su cuerpo. El viaje entre chicken bus y minivan nos hace pasar de 9am a 1 de la tarde. Fronteras de nuevo donde buscar un sello es responsabilidad de nosotras. La salida de Guate les hace gracia, quizás porque venimos de lugares costeros que bien sabemos no son los más normales. El agente de migración del Salvador toma su tiempo sacando cuentas para ver si aún nos alcanzan los 90 días centroamericanos. Y finalmente caminamos al otro lado de la frontera.


16 quetzales se vuelven alrededor de dólar y medio en Honduras. Nuestro gran capital para tomar buses a Santa Ana. Sin plata evidente, la cordialidad de lxs taxistas se reduce a un "buena suerte". Grandiosos los resultados de un sistema capitalista. Nos vamos caminando; la verdad no queda de otra. Camiones, buses, autos particulares...no muchos nos paran ni se arriesgan a recogernos. Un señor en un pickup azul pasa de lejos y a la cuadra y algo se devuelve marcha atrás. Se asoma su bellísima esposa con una hija en brazos. No sólo se tomaron el riesgo de pasar con nosotras atrás por el retén militar, sino que nos ofrecen llevarnos hasta la ciudad capital. A sabiendas de que tenemos quien nos espera en Santa Ana, nos dejan bien cuidadas en una parada de un bus que cuesta 25 centavos cada una. Nos sobran 75 centavos antes de llegar al primer cajero. Nos sobra.

Nos sobra dinero.

Una visita al cajero y luego a un supermercado. No ha habido comida en estos 3 días que nos hayamos saltado. No han habido necesidades que no hayamos podido suplir. Lo que ha habido es una necesidad inmanente de sentirse en la calle cuando lo único que se tiene es dinero reducido en la bolsa. Lo único que he sentido es miedo de sentirme miedosa. Lo único que nos ha guiado ha sido la vida por la confianza que ponemos en ella y en la bondad de cierta gente. Porque otro mundo es posible, como decían en Chiapas, y porque ese mundo comienza creyéndosela uno no sólo cuando tiene de todo, sino - muy especialmente - cuando le falta lo que ocupa para vivir dentro del sistema.

Manuel nos recibe en su casa a la espera de lo que sea que nosotras queramos hacer. Lo único que ocupábamos tras 20 horas ininterrumpidas de viaje era su ducha para quitarnos el sudor y el polvo. Una ducha fría pero un invaluable lavado de pelo nos hace sentir como nuevas para enfrentarnos de nuevo, con otra cara, a este dulce mundo. Desde entonces, salimos a comer y a tomarnos algo con él en lo que él asegura que es el mejorcito lugar cerca del centro del pueblo. Nos dieron por ahí de las once de la noche haciendo recorridos por diversos grupos musicales de todo el mundo. Dialogamos, descubrimos, compartimos... y tal vez mañana visitemos el teatro un rato. A como pinta la cosa, pasaremos el finde con él mientras él nos acompaña a cumplir nuestros propios planes. Y así las redes se siguen construyendo, porque somos muchos los jóvenes que creemos que los males de esta seccionalidad, de estos gobiernos, de estas maneras y de estos vicios se resuelven uniéndonos y uno tras otro nos vamos re-encontrando.

Monday, February 1, 2016

29, 30 y 31 de enero

29 de enero del 2016

Tengo que tener demasiado cuidado con lo que me deseo. En la gran mayoría de los casos, tarde o temprano mis pensamientos se convierten en realidades. Me da susto saber que citas de cosas bonitas que circulan en libros de autoayuda o en los perfiles de la gente en internet sean líneas de cosas que me debo dar cuenta son ciertas en mi caso. Asusta. Da susto. Porque entonces no sé ni qué pensar. Y aquellos pensamientos que manipulo ya no son eficientes. Creo que lo que se vuelve cierto es aquello que para mis adentros me digo, lo que realmente quiero y lo que, de una forma u otra (positiva o también negativamente) me conviene en el camino de mi vida.

En fin, salimos de San Cristóbal en combi hacia Toniná. Para hacer eso, inevitablemente hay que parar, visitar y trasbordar en Ocosingo. Es un pueblo bonito, me parece. Jime difiere. Yo lo que veo es mucho acomodo cultural en lugares ricos para estar. Entramos muertas de hambre al mercado. Otra señora, esta vez en sandalias, muy blanca y con algo de aires pretenciosos de ser la dueña, se sorprende de nuevo por nuestra necesidad de ausencia de carne en la comida. "¿¡¿Y entonces qué comen?!?" nos dice en sorpresa. Hartamente sarcástica mezclado con un ínfimo de paciencia le digo que frutas, verduras, granos......No sé ni para qué lo hago. Aunque nos sirvió verduras de un guiso de carne con tortillas y arroz, su idea inicial era darnos unos cocteles de fruta con la misma verdura que nos terminó dando al final. Le pregunto adónde hay un baño y me dice "d'este portón al que sigue y luego en la virgencita de la candelaria". Ejercí muchos años el catolicismo ferviente, pero ni aún así sé cuál es la virgen que me anda diciendo. Soy una ignorante. Camino por pasillos y tiendas hasta dar con lo que finalmente creo que fue la adoración que nos decía.

Poca gente se queja de que a Toniná no se le visita mucha. Que es que no le hacen mucha bulla, dicen algunxs pocxs. A diferencia de otros lugares, debemos comenzar porque no hay siquiera una terminal compartida con el transporte público que entra y sale de Ocosingo. Lo positivo es que le obliga a una a recorrer todo el pueblo antes de poder avanzar. Por el binomio negativo, no mucha gente se va a tirar con mochilas por las calles llenas de carros, ventas que abarcan las aceras y el local que tranquilo ha construido su vida. Eso no es culpa del pueblo, sino del viajante. Pero bueno...tras comer seguimos el viaje en otra combi nueva. Esta es la única y primera que, en vez de tener los asientos de la urvan tal cual, tiene bancas de madera acomodadas a lo largo de los costados. No comprendo los cambios, porque la cuenta de personas da exactamente lo mismo. La diferencia, quizás, es el dejar de usar el techo para los bultos y facilitar el uso de maletas al centro del montón. El paso por la Universidad Técnica de La Selva nos demuestra que estábamos en una línea de transporte universitario y que de turistas sólo quedamos nosotras. 


Toniná, aparte de tener el museo de arqueología más interesante de estas zonas de ruinas que hemos visto recientemente, es el único sitio al que hemos entrado de manera gratuita. Es enorme la injusticia de su soledad; casi tanto como lo sorprendente de su preciosura. Finalmente doy con cierta comprensión más práctica y útil para la lectura de los glifos. Las explicaciones sobre el sistema numérico, de calendario y de las épocas me facilita de ahora en adelante la lectura de todo lo que seguiría. Sergio nos decía en San Cris que le parecía increíble que nos supiéramos los números romanos cuando estaban los mayas. Todo llega a su bello tiempo y ahorita es el momento para dejarme de excusas y practicar lo que fácil y dignamente se aprende. 



Contrario a muchas otras zonas arqueológicas, las edificaciones en este lugar tienen diversos accesos internos por los cuales aún se puede caminar. Soy una gallina y al que estaba completamente oscuro no me atreví a entrar hasta el final. Admiro el inframundo y la conexión que tenía con la cosmovisión indígena, pero los miedos de infancia no dejan de ser eso y aún a mis 32 no puedo entrar a un lugar en donde ni la mano al frente me logro ver. Menos con tanta trayectoria para atrás. Una chica sale de ahí diciendo que la oscuridad le cambió la vida. Algún día volveré y lo haré como si nada, quizás. Mientras tanto, las escalinatas se convierten en bellos "laberintos" por donde me pierdo con absoluta tranquilidad y enorme pasión antes poco reconocida. La subida por estas gradas es vastamente grata, con bloques chicos pero constantes hasta llegar a la cúspide del observatorio. La vista desde ahí arriba es sencillamente increíble. El viaje ha sido largo y la estadía, por ende, debe ser corta antes de la hora de cierre. 


Un camino de regreso a Ocosingo nos permite agarrar la celebración del día de la Virgen de la Candelaria. Muy bien - ahora sí sé bien de quién hablan. Entre candelas hechas de latas de coca cola cubiertas con papel, la procesión nos muestra una amplia gama de manifestaciones de religiosidad y cultura de Ocosingo. Creo que eso incluye tirar confites gringos a las masas de niñxs que les esperan. Eso y un payaso al final de la procesión, pero ¡bueno! 15 minutos como espectadoras - que es lo que tardan todes en pasar - y seguimos en el camino hacia Palenque. Mi clase de tzeltal dura dos horas y media entre hombres al frente y hombres atrás que se pasan todo el rato dialogando. Todavía me cuesta ubicar el principio y el final de ciertos sonidos; las pausas entre palabras desconciertan un poco, pero el sentido de las frases los da el cuerpo y los brincos de castellano en uno que otro dicho o palabra sin traducción en activo uso. 

Nos agarra la noche para cuando llegamos al centro. Sin más remedio que pagar un taxi, llegamos al famoso Panchán. Es un lugar en la selva con un par de restaurantes. Se lo pelea un menú italiano y uno alemán artesanal. La primera noche se la damos a la señora del lugar con un puesto humilde donde lo que halla hacernos es una quesadilla de frijol con quesillo. Ante la guía de una israelí, encontramos bien donde acampar. Nos alejamos de las plataformas de cemento y las de madera que ya están tan ocupadas como las apiladas ramas que les cubren como techo. Nos quedamos entre ramas y piedras bien cerquita de la tierra. Es sábado, así que la fiesta alrededor es considerable. Escogemos la noche profunda y dormir al son de los infatigables monos aulladores. 

30 de enero 2016

Panchán queda justo al lado de la primera caseta de la zona arqueológica. 3.2 km nos separan de la entrada principal. Lejos de seguir carros o buses de lujo, nosotras caminamos. El camino es gracioso; tras el "museo de sitio" hay una entrada/salida que más tiene de lo segundo que lo primero. Nos ahorra un kilómetro doscientos, así que la tomamos. Vamos contracorriente y eso es justo lo que amamos. Entrar por las salidas; casi que de eso se ha tratado todo este viaje. Empezamos por el arroyo, entre aguas y ríos. La cascada y los puentes. "Los murciélagos" se llama por acá el grupo.  
La gente es cordial, pero también escandalosa. Al rato ya me resulta inevitablemente estorboso. No comprendo cómo es la importancia primordial de su viaje el posar en rincón tras otro en un escándalo propio de un mall o un mercado de pueblo. Ya ahora me pregunto si no hay valor a un viaje sin el selfie de moda o si la visita a un lugar tan sagrado no se puede comparar de manera alguna con un retiro, aunque sea un rato, de un sitio comercial de paso. 

Quizás eso explique por qué hay tantas malas interpretaciones de lo que miran. Un señor confunde una escultura de adoración con una fuente ornamental "que sacaba agua" como las que se ponen en las plazoletas, una señora confunde dioses con números y hay quien mira una ceiba aparentemente por la espalda. Lamentablemente los guías no nos ayudan acá lo suficiente. Un señor entrado en años en un inglés bastante autóctono deniega el uso conocido del patio de los cautivos para otorgar su propia versión sobre orgías y demás rituales canibalísticos. "the rest is bullshit" le dice a una señora que me mira a punto de pedir un cambio de guía. Mis propios sesgos adicionales tendré yo todavía. 


La visita a Palenque, aunque deficiente en relación con lo magnánimo del menospreciado Toniná, me deja una mayor comprensión sobre el acomodo y las funciones de las grandes construcciones mayas. El desacuerdo en muchos datos aún me deja sinsabores sobre las supuestas investigaciones que han requerido sacar tanta riqueza de estos lugares hacia otras metrópolis. Para comprenderlo en la magnitud de su previa belleza completa aún se requiere cierta capacidad imaginativa y los colores, restantes ahora sólo en la tumba de la reina roja, son baños que hago a ojos entre abiertos y cerrados. 





Toda la artesanía que se vende repite patrones que hemos visto a lo largo de nuestro brevísimo recorrido por Chiapas. No llega nada distinto al Panchán más que el absinthe que'l alemán vende a la cena en cobros de 100 dólares tras otro. Nos regalamos a la noche temprano para salir a las 6 mañana hacia Bonampak y Guate.

31 de enero 2016

Creo que aquí es donde comienza todo el robo. Quizás me habría sentido mucho mejor, o al menos un poco, si hubiese sido 31 de diciembre y no de enero. En nuestra experiencia al sur de México el sacarle plata al turista es como el chile en la comida. 

Al abordar un combi en el centro de Palenque hacia Benemérito, jamás pensé que iba a tener un contacto tan extenso y cercano con las filas interminables que representa el crimen organizado. Lo debí haber sospechado desde el cambio de lugar que le permite el chofer a un hombre a la vuelta de la estación sin siquiera haber salido de ella. Su copiloto ahora sería más su jefe o su socio. Las mismas dos horas y media de viaje que antier me sirvieron de clase de idiomas, hoy fueron una cátedra extensa sobre el tráfico de personas. Esta vez ya no desde el pasajero, sino desde los hombres que los llevan. Hombres que han estado en cárceles, que han escogido matar a manera de resolver conflictos, que hoy se organizaron para facilitarse el trabajo. Es gente que no sólo ha dado nombres completos y exactos de las cabecillas de migración, policías federales, estatales y de los jefes de grupos de trata de gente. Llevar pasajeros para ello es algo meramente secundario. Entre vans identificadas en sus puertas con datos comerciales, los choferes se alertan sobre retenes y ladrones. La competencia es dura y ellos se ven unes a otres como gente que meramente hace su trabajo. El camino, interminable para ser cierto, era de carro tras otro; ya sea camión, vagoneta, combi o particular. Los "mojados" viajan en pilas, por montones y en filas que van nutriendo lo que llaman líneas de tráfico de personas. El pacto tuvo su rato para irse armando. Modelos de vehículos, condiciones mínimas para los pasajeros, los puestos principales de revisión, cuáles policías comprados, desde dónde hasta dónde, cuáles sierras, cuáles ríos y en cuáles lanchas, planes A, B y C, rutas usuales y rutas descartadas, historias de cárceles, fugas y todas sus relaciones. Quisiera borrar de mi mente las caras de estos tipos y darle a mi boca más capacidad de juicio. Quisiera haber podido hablar en defensa de esas niñas secuestradas a lo largo del camino; por la gente que botan a la calle para librarse de una bronca de la cual ellos mismos son los primeros protagonistas. Quisiera hablar con la gente en estos buses y explicarles lo lejos que está Houston de ser una mecca para nadie, de lo mejor que están con las tortillerías de tres tiempos y sobre lo inútil de los pagos abruptos y voluminosos a hombres que en ningún momento les van a proteger de perder sus vidas. Odio las miradas tristes y tácitas de gente en la parte de atrás de un camión conducido por matones. 4,300 dólares por un oficial de migración en la parte sur de México. "si vas con niñxs, te acusan de secuestro" le recomienda uno para que pregunte siempre por la madre. 30 para mí, pero 15 para ella dice de la mujer que "si me quema, la quemo". Horas irreconciliables de más datos de los necesarios. O al rato, quizás, justo lo que ocupaba para darme cuenta de lo que faltaba. Del testimonio a primera mano de un mojado a la conversación eterna entre un coyote y su transportista. La parte que me falta del oficial corrupto mejor me la brinco, porque, si la pienso, me la recetan, y es más de lo que yo creo que yo aguantaría. 


El robo de 240 pesos por entrar a Lacandona a ver Bonampak fue descaradamente automatizado. Es taxi o taxi, porque aquí nada más entra. Y, como tal, ellxs ponen su cifra. Ya los chalecos del turismo gubernamental no me significaban absolutamente nada. 20 por persona para esto, 65 por aquello, al entrar a las pinturas el intento de doble cobro me era irrisorio. Empecé el día con mil pesos que se agotaron para la media tarde en llegar a 1 solo lugar. La conversión no es justa a lo exagerado de los cobros. El cambio a colones o dólares es precisamente el pinche consuelo de quien no se mide por la vara interna. La lancha que cruza 20 metros salió a más de lo que costó el bus de 6 horas hasta llegar a Flores. De verdad que el dinero no es más que un papel y entre tanto descaro lo mejor es sólo darlo y pensar, ver, sentir y vibrar pa'otro lado. Con el desgaste de ánimo, ver Bonampak, encima con el límite impuesto por el taxista de una hora, fue tarea un poco difícil. Sin embargo, mi percepción de nuestras culturas originarias no podría jamás ser el mismo hoy sin haberlo visitado. Lo que en Palenque me hizo falta, hoy Bonampak complementa. Las pinturas hablan por su bellísima cuenta. 









Así, cruzamos una frontera tras otra, aunque ninguna fuera frontera realmente. Hay un pueblo que se acaba en una venta de artesanías. De ahí bajamos por el lado carero de un muelle para no usar las lanchas más comunes, patrocinio grato del lanchero que le habló a nuestro taxi mientras sellábamos el pasaporte. Si una no pide pasar a sellar, la costumbre por aquí es seguir recto. Al salir de la panga, aparecen los cambistas. Eso lo que me asegura es que vamos por el camino esperado. Esta vez estoy harta y me meto a un hotel chiquito que gerencia una señora a pedirle el cambio. Hastiada, le soy ampliamente honesta. "Yo sé que usted no hace el cambio, pero prefiero que se deje usted dos pesos por dólar a regalarle cuatro a esos ladrones" Ella sólo se ríe. A veces, muchísimas veces, sólo eso falta para corroborar cómo corren las cosas. Las monedas mexicanas, que ya no quiero ni ver las gastamos a cambio de dos frescos de rosa de jamaica. El bus, el único que sale de aquí, va hasta Santa Elena. Son quizás unas 5 horas de camino de polvo. Mi pelo está tieso de tanto recibir tierra por medio de una ventana abierta que me dice que toda la selva - o ahora quizás yo diría que monte - a lo largo de todo el camino está igualmente dura con el baño ocre que le ha ido haciendo el tiempo. Llegamos a Flores cerca de las 5:30 de la tarde a tomar por 16 pesos un mototaxi regateado con lo poco que nos queda del cambio de moneda. Tal vez ingenua, tal vez sabiamente, la cosa es que congelamos los cincos que nos quedan de aquí hasta El Salvador. Así que pasaremos en esta isla un par de noches antes de seguir el camino. Más días en Guate entre comunidades originarias o unos días en servicios de voluntariado en las playas del Salvador antes de llegar al Sansa que es último que nos queda.