Thursday, February 4, 2016

1 a 3 de febrero

La vida es maravillosa.

un cajero nos robó la única plata que teníamos apartada para el resto del viaje.

Obviemos que llevábamos dos días parqueadas en Flores esperando a que esos fondos se descongelaran.

Gracias.

Salimos temprano contando con el dinero y, al retirarlo del banco, el cajero se queda con todos los billetes. Justo cuando pensábamos que salíamos de la zozobra de llegar a casi no tener desayuno asegurado, resulta que se nos dificultan los almuerzos y cenas hasta nuevo aviso."Aaaah sí, ¡no! eso nos suele pasar con nuestros clientes!" le responde la cajera de la sucursal a mi esposa con enorme descaro ante su amplísima ineficiencia.

No vale la pena perder un hígado por unos papeles. A la vez, en medio del capitalismo, sin esos papelitos de colores sellados por los bancos no hay manera de montarse a un bus, pagarse comida, quedarse en un hotel o casi que respirar en la vida. Entonces las cosas se complican un poco. Mi esposa se estresa, yo trato de serenarme en medio del sinsentido de las cosas y...¡bueh! las experiencias surgen.

Buscar wi-fi gratis cuando cientos de redes continuas son protegidas en comercios con múltiples claves con egoístas números. Cuando llegue a casa lo primero que pienso hacer es ponerle nombre al nuestro que lo ofrezca si a alguien le sirve. Hacer el reclamo con el banco. Encontrar manera de irnos. Calmarnos, porque ya el dinero es plata perdida y ahora la cosa es ver qué hacemos.

Eso es justo lo que buscamos. Qué putas hacemos.

Número tras número encontramos maneras de serenarnos la salida de la isla.

Dos boletos a 130 cada uno para salir a Ciudad de Guatemala. No sabemos adónde dormir ni qué ir a hacer. Empezamos a usar redes. Algunas de gente conocida, otras de gente por conocer.

"Llevemos momento a momento" es lo único que sé que me funciona en este mundo.

Segundo a segundo, momento a momento, gratitud ante la carencia y con fe en la abundancia, la vida nos fue llevando. No se construye con estrés sobre el pasado ni con ansias sobre el futuro. Se arregla un poquito con gratitud por la confianza del bienestar del presente. No tener dinero es meramente eso, pero es un lejano equivalente a la falta de bienestar de ambxs.

Ratito a ratito, avanzaron las horas. Con confianza ciega ante la bolsa, logramos bus tras otro y comida tras comida. Terminamos 3 de enero durmiendo en Santa Ana de El Salvador. Tomamos ride, compramos comida cuando la ocupamos a punta de puros trucos de una tarjeta de débito u otra, peleamos con taquilleros de compañías de buses tratando de librarnos de innecesarias estafas, pero, sobre todo, nos resignamos mucho. Muchísimo. Respiramos. Abrazamos la vida. Y seguimos caminando. Porque eso es lo único que queda. Sentirse al final del barril sin fondo y decir "pero ¡puta!, si el capitalismo me ha jodido inexplicablemente de nuevo". El único antídoto es seguir creyendo en la magia de quienes no creemos en eso.

No sabemos cómo, pero llegamos a la frontera. 13 quetzales era el sobrante. Un bus hasta nos pagó un segundo bus para poder hacer el transbordo. Todo eso sin pedirlo. ¿Pedir ride? más allá de un bucket list es una necesidad topada con la gracia de una señora y su bella familia. No tuvimos ride gratuito hasta Santa Ana, que era lo que realmente ocupábamos para llegar donde nos esperaba un chico que nos abre su casa. Nah. Tuvimos ride hasta San Salvador si así lo hubiésemos querido.

Hoy cenamos, tenemos más dinero de nuevo y seguimos en el viaje como si nada hubiera pasado. La vida es eso; confiar y seguirla pulseando para seguir avanzando en lo que una cree.

Esperamos llegar al 9 de enero para tomar el vuelo de vuelta a casa. Mientras tanto, los planes incluyen una parada acá en Santa Ana donde Manuel y su padre, una ida a La Libertad a una comunidad de permacultura con un voluntariado bellísimo y una visita corta pero suficiente en una casa en San Salvador antes de zarpar del viaje en la noche.

La cosa sigue rodando, una sigue soñando y, afortunadamente, juntas seguimos caminando y disfrutando.

Resúmenes breves de bellos días de mucha zozobra desde el otro lado del amable puente:

1ro de febrero

Flores es chiquito y hace un calor del supuesto infierno que Francisco niega, pero no niega, pero que en todo caso Dante afirma que era caliente. Me baño unas 4 veces al día y el resto del tiempo la ropa es mínima. Hibernamos en el cuarto. Para un viaje son días "perdidos" y a la vez no tanto. Descansamos, dormimos, tenemos una cama...el descanso permite el lujo de reponerse y disfrutar aquello acontecido mientras se refuerza para lo que sigue.

Cada cierto tiempo salimos a caminar para dejar bien vista la isla. Por un borde de Flores ya el agua inunda las construcciones. Anoche se nos agotaron las aceras y se nos recortó el recorrido. Hoy asumimos la caminata en el sentido contrario para terminar al menos con aquello que empezamos. Adentrándonos en el pueblo se ve la diferencia en los caseríos. Deja de haber hostels y hospedajes en las terceras y cuartas calles que se esconden detrás de los hoteles de la primera. Es como si el pueblo se hubiese organizado por costos y oportunidades de afuera para adelante. La proxemidad a la calle que entra de Santa Ana eleva los costos y franquicias hasta incluir un Ramada. Las segundas, terceras y cuartas hacen filas de hostales que van de 200 a 90 y de ahí bajan a 40. Nosotras salimos a caminar más allá de las colinas que dividen, por medio de un parque y una pequeña biblioteca, el pueblo del turismo al pueblo de los locales. La vista es menos lujosa, pero no por ello menos bella. Hay pueblos aún más amplios más allá del lago hacia las costas del otro lado. El atardecer nos agarra no sólo con más comida de la que esperábamos, sino junto con los kayaks que regresan de remar entre algas, basura y algunas que otras bandadas de peces. Nos devolvemos a seguir en la maratón de letargo más extensa de la vida. No hacemos mucho, aunque ver el muelle tanto de día como de noche nos absorbe con cierta actividad muy de vez en cuando. Nos vamos a dormir tranquilas, porque sabemos que ahí la vida nos va llevando.

2 de febrero

Salimos con tiempo para movernos hacia Guate o inclusive bajar, dependiendo del recorrido, hasta El Salvador en un solo viaje. Pasamos primero al cajero a retirar lo que nos queda. No hace falta decir mucho. Las máquinas están malas y la gente del banco lo sabe. A los clientes que tienen cuenta, les tienen acostumbradxs a pedirles 24 horas para hacerles un reembolso automático. A algunes les depositan de nuevo a su cuenta. A extranjeras como nosotras nada más nos mandan a llamar a nuestro banco.

Cuando trabajaba en medios que tenían que ver con lo bancario, no dudaba en pasar horas tratando de que su descaro disminuyera al nivel de un poco sentido común y humanitario. Hoy estaba en una sucursal con el pelo parado a la mitad de la cabeza, en pantaloneta y blusa de manga corta y con un bulto enorme a nuestras espaldas. Aunque eso me da una cierta carta de categoría turística que es bueno aprovecharla, ya el alma no me da para pasar 3 o 4 horas sentada esperando a que mi molestia tenga el efecto humanizante que a veces ni así llega. Veo a mi esposa llorar de la furia y sólo eso me empuja a hacer algo al respecto. Gerente, sub-gerente y una cajera altísimamente ineficiente. Creo que pongo a lxs 3 en la misma categoría adjetiva. Pude sentarme más tiempo a seguir molestando, pero la verdad es que llega un punto donde inclusive tirarse a la calle sin un cinco injustamente en la bolsa es mayor remedio a la salud mental de ambxs que tratar de seguir dialogando con una entidad promotora de todos los daños de un mundo capitalista.

No queda mayor remedio que buscar soluciones. Y lo único tangible era salirnos de Flores con un bus que nos llevara a seguir avanzando. ¿Adónde? ¿A quedarnos con quién? Eso no lo sabíamos, pero lo que teníamos a mano eran 8 horas de espera antes de bordar un bus que viajara de noche. Matemáticamente eso nos ahorra una noche de hotel que tampoco teníamos.

Durante esas 8 horas, el supermercado del pueblo con remates en precios nos daría una merienda más de lo que ocupábamos con los últimos cincos en las tarjetas de débito. Eso sí es cuestión de ir viendo cómo humildemente nos acoplamos.

Un rato en el parque nos pone en contacto con un "ex mojado" guatemalteco. Tiempo para charlar es lo que tenemos de sobra. Compartiendo y según él por nuestras caras desanimadas, nos lleva donde una señora que hoy ocupa gente en una refresquería. Grave error compararla en nuestras cabezas con la señora tz'utujil que nos hospedó en San Juan. La refresquería aquí no tiene que ver con refrescos ni platitos que lavamos para regalar nuestro tiempo ante la larga espera. Entramos con intención de regalar manos y cuerpo a cambio de pensar en otras cosas un rato mientras llegaban las 8 de la noche. Lo que encontramos fue un centro peligroso en medio de San Elena donde un chico nos metía a dialogar entre cervezas con un tipo de una mara. Eso a cambio de aumentar clientes en un bar de muy mala muerte. La categorización de "mala muerte" es una descripción tica que no debería usar para describir en términos peyorativos un lugar muy, muy rápidamente. Estuve en la azotea con ellxs mientras Jime leía en paz y tranquila sentada en una mesa tomándose una Brahva en botella. Bajé de la azotea prematuramente a pedirle que nos fuéramos. Creo que de ahí, si no salíamos en ese momento, es posible que quizá ni saliéramos. De tono cortés escalaron tranquila y rápidamente entre cortesías con Jime pero aclaraciones y algunas amenazas conmigo. Dejar la birra a menos de la media y salir corriendo fue un instinto de precaución de algo que por dicha hoy no estamos contando.

5 de la tarde y ya el rato en el parque deja de ser una opción para las próximas 3 horas y media. Volvimos corriendo a la estación de bus, esperamos un rato entre policías y pasajeros y luego salimos de nuevo al mall a ver cómo nos refrescábamos en baños que no nos cobraran por hacer hazañas para no tocar nada. Es lo que hay. Esa es la vida. Y el mall de Santa Elena nos dio lo que todo aeropuerto tiene. Baños, carga de electricidad, ambiente seguro, aire acondicionado. No es muy difícil ser esto de ser un ocupa cuando la necesidad lo requiere. El único golpe es el que recibe el ego.

Calculando que fuera de provecho, esperamos a las 7 para comprarnos una cena. Aprovechamos las conexiones que hicimos días previos por puro afán de compartir con las señoras locales y las fuimos a visitar de nuevo en sus puestos de comida. El combo vegetariano que nos dejaron a precio reducido ayer vendría hoy por el mismo precio de nuevo, pero más cargado con triple ración de tortillas. "Déle unas tortillas tostadas" le decía el esposo a las empleadas del lugar. Lejos de un cobro extra, nos amarraba en la comida un crujiente especial para acompañar la ensalada.

El bus que nos lleva iba lleno de locales. El bus de a la par, costeado por un visible grupo muy reducido de turistas europeos, australianos y gringos, costaba 5 USD más, pero iba con wi-fi, baños, dos pisos y muchísimo más espacio. Cuando volvamos con plata, tal vez en ese iremos. Por ahorita el viaje nos exige todo lo que hemos predicado; no ser turistas y realmente ser viajeras.

3 de febrero

6 de la mañana y llegamos con 130 quetzales a Ciudad de Guatemala. Tenemos la oferta de Lorena de quedarnos en el albergue de comunidades de su pueblo en la ciudad. Con toda honestidad, la lesbofobia que hemos sentido en Ciudad de Guate tiene a mi esposa asqueada. Entre eso y la reducción temporal de dinero, salir al Salvador ya es lo único que queremos. Hacemos eso. Tomamos cambios de buses que recordamos de nuestra entrada a esta tierra. De Centro Norte a 16 calle, de ahí caminar dos cuadras, tomar Metrobus al Obelisco. Todo eso nos sale como en 4 o 5 quetzales y unas cuantas caminadas. Desayunamos muffins en oferta y un galón de agua. El tarro del galón se lo dejamos a un limpiabotas sonriente que me dice que soy chistoso. Con "o". Pero bueno...ya la verdad que el recuento lo he parado. En Obelisco, la policía municipal nos ayuda a saber cuál bus agarramos. Vamos por unos 116 quetzales en total para esta hora de la mañana que entre cambio y cambio nos va dando las 9. Pasamos de neblina con frío en horas pico a volver a guardar las sweaters y empezar a sudar en las paradas cercanas a Los Arcos. Nos montamos al bus sin preguntar el precio. Si nos echan o nos bajan, es lo peor que puede pasar. Finalmente llega el cobro sobre la pista carretera al Salvador. 100 quetzales por ambas y nos quedan unos 16 para llegar a la frontera. Tal vez antes pelearíamos el abuso de los 100 por dos pasajes, pero hoy agradecemos siquiera poderlos pagar ante el riesgo que tomamos de montarnos sin saber. Este bus le paga a otro para que nos lleve de Jutiapa a San Cristóbal. Lxs chicxs del colegio se agarran de las puertas de la camioneta para llegar a su casa y una señora al frente se le duerme profundo a un niñx acongojado de no saber qué hacer con el bulto de su cuerpo. El viaje entre chicken bus y minivan nos hace pasar de 9am a 1 de la tarde. Fronteras de nuevo donde buscar un sello es responsabilidad de nosotras. La salida de Guate les hace gracia, quizás porque venimos de lugares costeros que bien sabemos no son los más normales. El agente de migración del Salvador toma su tiempo sacando cuentas para ver si aún nos alcanzan los 90 días centroamericanos. Y finalmente caminamos al otro lado de la frontera.


16 quetzales se vuelven alrededor de dólar y medio en Honduras. Nuestro gran capital para tomar buses a Santa Ana. Sin plata evidente, la cordialidad de lxs taxistas se reduce a un "buena suerte". Grandiosos los resultados de un sistema capitalista. Nos vamos caminando; la verdad no queda de otra. Camiones, buses, autos particulares...no muchos nos paran ni se arriesgan a recogernos. Un señor en un pickup azul pasa de lejos y a la cuadra y algo se devuelve marcha atrás. Se asoma su bellísima esposa con una hija en brazos. No sólo se tomaron el riesgo de pasar con nosotras atrás por el retén militar, sino que nos ofrecen llevarnos hasta la ciudad capital. A sabiendas de que tenemos quien nos espera en Santa Ana, nos dejan bien cuidadas en una parada de un bus que cuesta 25 centavos cada una. Nos sobran 75 centavos antes de llegar al primer cajero. Nos sobra.

Nos sobra dinero.

Una visita al cajero y luego a un supermercado. No ha habido comida en estos 3 días que nos hayamos saltado. No han habido necesidades que no hayamos podido suplir. Lo que ha habido es una necesidad inmanente de sentirse en la calle cuando lo único que se tiene es dinero reducido en la bolsa. Lo único que he sentido es miedo de sentirme miedosa. Lo único que nos ha guiado ha sido la vida por la confianza que ponemos en ella y en la bondad de cierta gente. Porque otro mundo es posible, como decían en Chiapas, y porque ese mundo comienza creyéndosela uno no sólo cuando tiene de todo, sino - muy especialmente - cuando le falta lo que ocupa para vivir dentro del sistema.

Manuel nos recibe en su casa a la espera de lo que sea que nosotras queramos hacer. Lo único que ocupábamos tras 20 horas ininterrumpidas de viaje era su ducha para quitarnos el sudor y el polvo. Una ducha fría pero un invaluable lavado de pelo nos hace sentir como nuevas para enfrentarnos de nuevo, con otra cara, a este dulce mundo. Desde entonces, salimos a comer y a tomarnos algo con él en lo que él asegura que es el mejorcito lugar cerca del centro del pueblo. Nos dieron por ahí de las once de la noche haciendo recorridos por diversos grupos musicales de todo el mundo. Dialogamos, descubrimos, compartimos... y tal vez mañana visitemos el teatro un rato. A como pinta la cosa, pasaremos el finde con él mientras él nos acompaña a cumplir nuestros propios planes. Y así las redes se siguen construyendo, porque somos muchos los jóvenes que creemos que los males de esta seccionalidad, de estos gobiernos, de estas maneras y de estos vicios se resuelven uniéndonos y uno tras otro nos vamos re-encontrando.

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