Monday, February 8, 2016

4 al 7 de febrero

4 de febrero 2016

Empezamos el día tarde. Tan tarde como creemos que nuestro anfitrión acostumbra. Aprovechamos el desayuno tardío para intentar probar las pupusas.

12 m.d. y vamos saliendo hacia el centro. Con pesar de negar propuestas, pero con la certeza en lo que realmente nos gustaría, nos escapamos de las sugerencias de restaurantes al insistir ir a comer al mercado. Hay unos cuantos errores en eso, según meramente todo aquello que nos cuentan: 

1. No se entra a los mercados en Sivar (es lo que nos dicen algunes)
2. No se comen pupusas al mediodía
3. No se entra al mercado de Santa Ana con este corte de cabello que me ando.

Entré ilusionadísima a conocer el mercado del pueblo. Hay una variedad, densidad y ligereza en la experiencia misma de andar por los callejones de un lugar tan propio a la cultura que se visita que no se condensa de mejor forma, para mí, que en el mercado central de un pueblo. Cada mercado me da una nueva vista a los acomodos de las culturas. El de Santa Ana, he de decirlo, está entre los más grandes que hemos visto en este recorrido. Los callejones son numerosos y la oferta es amplia. Lo que me es desconocido, suele serle usual al local que espera detrás, o delante, de su mercancía. Aquí pasamos por una peluquería en donde el corte cuesta 1 dólar. Contemplo si volverme a recortar el mohawk aquí nuevamente, pero Jime lleva hambre y la salida fue por comida - no por mis gustos. Paso en la idea y seguimos recto. A veces esos segundos de pensamientos que se convierten en pasado lo hacen muy sabiamente. Cuando logramos dar con los comedores, se dificulta ubicar dónde comer algo que no tenga animal a su centro. A esta altura del viaje, ya se nos ha hecho costumbre preguntar si nos pueden dar arroz, frijoles y alguna verdura. Jamás esperé ofender a alguien al pedirle frijoles al mediodía, pero lo logré con una señora bien brava que de su comedor me echa como espanta una moscas de la tapa de una olla. Bueno...seguimos el camino pensando que al rato la impulsividad de su chicha no era mi culpa. Así vamos a dar con una señora mayor y una no tanto que tienen tortas de especies, otra de arroz con más especies y unas papas asadas aisladas. Con el hambre que me llevo a ya casi la una de la tarde, le pido arroz, ensalada y una de cada una de las tortas que tiene en el mostrador. Me las sirve justo a la par de 3 pescados que me sacan sus fallecidos ojos estáticos. No hay otra opción aparte de la soda que no sea horchata. Espero que le sirvan a Jime y Manuel cuando se acercan dos tipos a hablarle al chico que nos hospeda. 

Diónde son?! - pregunta puntual uno de los manes en tono grosero.

El primer pensamiento acá es que son asaltantes y vienen detrás nuestro para medir la vaina o para echarle el cuento a alguna. Manuel se exhalta un poco, lo piensa y luego nos escuda diciendo que somos todes "del centro", de por ahí por donde queda su casa. 

¡¿Y por qué se anda ese pelo?! 
¿Cuál pelo?, les pregunta Manuel.
¡¡P'os ese!! me tira la acción con los ojos muy claramente y Manuel finalmente le hace las segundas que todes esperan.¿¡Por qué lo anda!?, comienzan los enjaches, el tono más alto, la mirada más fuerte y la nota un poco más violenta. 
Manuel, al contrario, se enchiquece: No....pues....porque así le gusta a ella.
Yo, a pesar de que no me gusta que hablen de mi o por mí en mi presencia sin permitirme hablar por mi cuenta, veo el lenguaje físico que habla más que cualquier palabra. Ya comienzo a pensar que sería mejor que me metiera para aclararle que soy extranjera. Es la primera aclaración que me han hecho sobre las maras; que no es con extranjeros la cosa, sino entre ellxs. Pero prefiero "humildarme" y no meter la cuchara en una conversación que ya va escalando densa.
P'os no!! Aquí se lo rapamos! se clavan los ojos de ambos tipos en mi mirada y empiezan sus brazos a hacer impulsos para adelantar el pecho. El chico detrás mío se me acerca un poco más a mi espalda. Mi corazón, comprensivo a una velocidad mayor de lo que anda mi mente, retumba al ritmo de un tambor acelerado. 
Lo que Manuel les dice de aquí en adelante no se registra en mi cerebro. 
Comen y andan. El verbo exacto lo recuerda mi cabeza con el movimiento de la suya. No los quiero ver aquí. Ya eso me queda claro.
Manuel tiembla mientras las señoras del comedor, a quienes puedo ver ahora de nuevo, están un poco más curvas en dirección a las ollas al otro lado de la tienda. 
"si querés nos vamos" le digo a Manuel. 
:No...ahí quédense. Pero sí comemos y nos vamos"
Como quien le da play a una escena, la señora vuelve a su acción de servir la comida. "Entonces una horchata?" nos pregunta. 
"Sí, seño'...entonces una horchata."
Le pido el gorro a Jime, pero no lo anda en la bolsa. 
A todo esto, la bella no ha escuchado mayor cosa. Nos mira sin saber qué fue lo que estaban buscando los chicos mientras yo comienzo a comer desaforada con el corazón temblándome en la garganta. 
Cuando termino, le aclaro a la señora que, si muero, sepa que moriré contenta. Las tortas han sido la comida más rica desde el mercado de Guatemala. Bueno, desde la casa de Sergio en San Cristóbal, tal vez. Es difícil medirlo, pero definitivamente fueron un punto de referencia de una sabrosidad mezclada con un poco de realidad bañada como una chilosa pimienta. La señora se ríe y con eso se suelta la energía colectiva. 
"es que así se peinan los del otro bando" me aclara. Y el señor al lado de Manuel, que hasta ahora ha permanecido más que mudo, lo único que pregunta es "y adónde están las autoridades?" a lo cual ella, en la normalidad asumida de una voz un poco más baja, le aclara que están bien "lejos. si ellos les tienen más miedo". Antes de que terminara esa oración, mi mente recuerda que no les veo desde el parque del pueblo, precisamente al lugar al que volvemos apenas terminamos el último grano de arroz que nos queda.

De aquí, entre chistes, risas honestas y algunas de tensión, Manuel nos lleva a una tienda de helado de sorbetera que inauguró un hombre por allá del '56 en Santa Ana. Cuenta la leyenda y confirman las fotografías de periódico en las paredes del negocio que empezó vendiendo en carritos de helado y que, por cada hijo, se iba haciendo de un carrito nuevo que vendía en las calles del pueblo. Así fue como logró su imperio; con la más grande y más comprometida fuerza del trabajo de su familia. Ahora le llaman "La Sin Rival" y empacan los galones para llevar al exterior sin que se derritan. Estoy segura que el helado estaba delicioso y que mi cuerpo, lejos del frío, buscaba en el temblorcillo cómo soltar el miedo de andar en mi cuerpo un signo de enfrentamiento en un pueblo de batalla. No queda más que confiar y recordar que vinimos acá para seguir caminando. 

Entramos al teatro "nacional" que, a pesar de llevar lo nacional como apodo, es el Teatro de Santa Ana. Un museo pequeño en el primer piso recobra los valores europeos de arquitectura. Los pasamos rápido. Ahora lo que me asombra es que estos tours tan coloniales los empiezo de adentro hacia afuera. En vez de ver butacas, busco ir a meterme a escenario. La belleza de un teatro se me ha dado la vuelta y lo precioso de su vista lo encuentro en cómo se percibe el público desde las tablas para afuera. 3 telones a cada lado dan profundidades espectaculares. Butacas a medio escenario y hacia los lados me hacen pensar cómo hacer para que el espectáculo sea de disfrute también para las celebridades que ahí se esconden. La cabina de luces tiene más de lo que una se podría desear para un montaje no tan profesional, pero sí más que amateur. El lugar este está bien bonito.


Con eso cerramos el recorrido y me voy a una cama a descansar un poco lo que el día me tira. La verdad es que no es cualquier día que una despierta a ser confundida con una marera. No sé si MS o DC8, pero entre la una y la otra es más de lo que yo me'speraba al cortarme este mohawk.

Unas horas más tarde, volveríamos al único bar-restaurante que nos recomiendan en el pueblo. Entre ska y reggae, entre una birra y media nos adelantamos la cena. Lo que no conseguimos al almuerzo, lo buscamos en la noche. "Pupusería Gloria" me parece que es el lugar donde finalmente nos dan pupusas de loroco. 3 y 4 o quizás 5. No nos queda mayor cosa que'l descanso para salir temprano mañana al Tunco. 

5 de febrero 2016

Al pobre Manuel no le da ni el intento para salir después de las 8. Puntuales, a las 4 + 4 buscamos camino. De aquí al Tunco hay buses directos, pero no lo sabríamos sino hasta el día siguiente. Por hoy, tomamos rumbo al muelle de la Libertad a un mercado horizontal que se extiende sobre unas tablas marítimas que separan a las manta rayas no sólo de la vida, sino de su agua, y que las reducen de majestuosidades a cuerpos cortados sobre pailas inmensas. Brincamos el intento del Manu por comprar birras en un centro con un rótulo de Subway al frente y seguimos el camino de un bus que dejamos por una caminata bajo el sol de la pista. Una conexión tras la Despensa Familiar nos lleva con un six pack de a $3 hacia el final destino.

La cosa es vastamente más turística que todo lo que hemos buscado a lo largo de mes y medio. Capeándonos hotel, hostel y hospedaje tras otro, damos con el único camping de la concurrida calle surfera de la costa. Entre $5 por acampar en casi que un parqueo a $5 cada unx por un Hotel con nombre de Jade, nos quedamos en un dormitorio lxs 3 entre gringos, australianos, alemanes y unx que otrx visitante local por las noches. El hotel está a la costa de un manglar y el agua de ducha sabe a sal poco filtrada. Por una noche todos mis principios se reducen a hacer del pasaje una breve pausa. El diálogo con los surfos nos deja poco por compartir entre nuestra insistencia por voluntariado y su continuo trueque de un tipo de alcohol u otro. No pasa mucho después del atardecer para ir buscando cama. El Tunco lo que nos ofrece es finalmente un mar en el cual bañar gratitud, penas, el camino andado y aquél que falta. Mis zapatos finalmente se rompen entre las rocas y encuentran en El Tunco el basurero que desde Tiquicia los anda llamando. 3 horas después alguien los había sacado, pero su estado decrépito me hace corroborar el botarlos por vez secundaria. 
La casa se aprecia en lo maravilloso de sus olas; en la calma del Caribe mezclada con los surfos que bailan al final de la vista desde la sombra de los árboles. Mi Caribe no me deja; ni yo lo dejo a él nu'import'adónde vaya. 

Hago un intento que Jime rechaza por acompañar a Manuel a una noche de tragos. Nuevamente, no somos grata compañía en la mesa. De un ron con pausa de una hora para un zarpe no paso. Pero si me preguntan sobre las estrellas, el aspecto de las olas, de la arena y de la poca gente que bailaba entre el blues de unos gringos entre coterráneos, quizás tengo bastantes cosas guardadas en los registros de mi memoria. La vía láctea es una cosa hermosa que'l Tunco me regala. No queda mucho más que la gratitud de una breve pausa por un mar antes de seguir el camino de regreso.

6 de febrero

Check-out es una palabra que no hemos visto escrita en rótulos muy seguido. Con la salida esperada a las 11, la mañana es para aprovechar el agua y la arena. Un baño de despido y volvemos al camino. Esta vez, el bus a Santa Ana sería el destino final para Manuel, pero no para nosotras. En el portón de las Ruinas de San Andrés nos recibiría nuestra próxima anfitriona. Lejos de ser la dueña de la casa donde íbamos, quien nos espera es una mujer con uñas acrílicas y una metralleta a la espalda. Su regalo en la vida sería su mejor esfuerzo por usar dos celulares para llamar a quienes nos vendrían a recoger hasta este punto. Las redes telefónicas nos juegan su pasada. Más allá de Claro y Movistar, aquí el juego lo controla también Tigo, no sé cuál más y no sé cuál otra. No damos con el contacto y la vida nos tira a la pista. Entre carros a casi 100 km por hora no nos queda más que andar con los bultos en busca de un teléfono. Cada vez que lo ocupamos hay gente alrededor que no tiene saldo, aunque sus dedos no paren de teclear un celular en pleno uso. Entre referencia y otra, con quizás uno o dos kilómetros tras la suela, damos finalmente con el portón de la Hilasal. Más allá de la fábrica de ropa, lo que nos sirve es el favor del guarda. La llamada nos tira una nueva misión a la lista. Tomen la 15 y lleguen a la Ceiba. La 15 tardaría quizás sus buenas dos horas en pasar. O bueno, quizás una si la primera hubiera parado para recogernos. Ya en la camioneta amarilla que se pasó de busito escolar estadounidense a transporte público salvadoreño, el pueblo mismo nos ayuda. "Aquí es La Ceiba" nos dice una señora. "me imaginé que para ahí venían" dice después de anticiparnos la parada. El pueblo nos ve subirnos al bus y ya saben para adónde vamos. Dos chicos nos preguntan si venimos para donde Mauricio. Desinteresadamente nos encaminan mientras también llaman por teléfono para avisar que ya nos recogieron.

Nos llevan al lugar al que ellos también venían "a escaparse un rato". Cuando una ve que no salen chicas de ningún lado en un lugar amplio y solitario, el primer instinto es asustarse. 

Hoy la vida me dio el bellísimo regalo de la masculinidad como la he soñado posible alrededor mío. 

Hombres, chicos, varones...¡maes! de los que se dejan de mierdas y nada más se muestran tal cual; como seres humanos que comparten, hablan de sus vidas, sueños, dificultades y placeres sin el filtro social de esconderse, superiorizarse ni aparentar. 

Llegamos a La Burbuja entre buses y esperas. 

Los chicos, todos varones reconocidos como tales a sí mismos, se organizan libremente para hacernos sentir bienvenidas. Uno le pide a otro en inglés que nos de el tour por la propiedad. El tour incluye aprenderse cuáles plantas son cuáles; cuáles se pueden cortar y cuáles no; cuáles comemos y cuáles dejamos crecer. La gracia es que mañana al desayuno no nos deban mostrar de nuevo adónde queda todo para poder colaborar nosotras. La mayoría aquí da frutos que se comen; excepto el cactus de San pedro, que es el único que se comercializa para ingresos comerciales que sostengan la finca. Con cada ceremonia, cada persona que ingiere el cactus tiene asignade un acompañante. Entre 12 y 24 horas se puede hervir la bebida, según nos dicen. Aunque el efecto es el de un alucinógeno, el objetivo no es ése, sino abrirle las ventanas del cuerpo a la gente para que encuentren sus caminos, resuelvan sus dudas o sanen sus heridas y sus miedos. La última parada de la propiedad la pasamos entre matas que se guardan para regalar en el mercado. Ahí que la gente que no tiene espacio regale lo que quiera a cambio; algo así como un trueque sin necesidad de ser reciprocado. Nos agarra la bomba de agua, a lo cual nos explican que eso llama a que reguemos las plantas. Hay tubos por doquier y estratégicamente colocados como para ayudar a rociar todas las siembras. Las matas que quedan fuera tienen baldes para poder bañarlas. Pasamos una hora entre mosquitos, matas y agua. La conexión con esta tierra se da rápidamente. Al terminar, la prevención del zika, que tanto he obviado, me la rocía un repelente. No pasa mucho antes de que ya se pida comenzar la cena. 

El acuerdo acá nos quedó claro desde la pura venida. La estadía es gratis. Y la comida es libre une de prepararla por su cuenta. La gracia, no obstante, es comer en comunidad. Y para eso la contribución sin mayor obligación alguna es de 5 dólares por persona. Chilli, el hijo del co-creador de todo este proyecto, nos acepta que aportemos con alimentos en vez de dar dinero. Así cocinamos juntes y compartimos entre todes. 

Salimos, entonces, por quesillo, pasta de tomate y masa. "Vamos a enseñarle a las ticas a hacer pupusas". La masa la conseguimos en el pueblo por parte de una señora que nos las da en una paila que nosotres mismxs llevamos. Quienes nos encaminaron a casa son lxs mismxs que nos llevan por las compras. El quesillo está agotado entre las 4 tiendas del pueblo. Media libra donde una y otra libra en otro lado. La pasta de tomate no se consigue. El camino en Sivar nos ha enseñado lo suficiente como para saber que con hierbas bien podemos llenar las pupusas de buenos sabores. A la vuelta, ante la noticia, es justo eso lo que hacemos. Berenjena, "chaya", ortiga, albahaca, orégano de los 3 tipos y, para la ensalada, mucha papaya verde, pero esa va rallada. El quesillo va con las especies, la berenjena bien picada y la chaya igual, pero al lado. La masa se hace una especie de "placa" en la palma, se llena con un poco de todo, se hace una bolita y ahí mismo, entre ambas manos, se palmea. Va al comal que ya un chico tiene dominado entre el ardor del fuego y el espacio en el mismo. 3 o 4 hombres nos enseñan y eso despierta conversaciones de todo un poco, entre ellas el cómo es inusual que no sean mujeres las que palmeen tortillas o hagan las pupusas. Entre todes cocinamos y entre todes nos las comemos. Salieron unas quince más de lo que las 10 bocas logran devorarse, por lo cual se quedan para servirse tal vez mañana. 

Nos invitan a una fogata al fondo de la propiedad y no aceptarla sería un fallo. Entre un charango, una zampoña y una guitarra, nos tiramos a veces a hablar y a veces nada más a escuchar el son del alma o el instrumento (que para nuestros efectos van a ser exactamente lo mismo) de alguien. "se sigue lo que te surja; conectáte". Aquí las instrucciones para lograr las cosas son más comúnmente el "concientizáte" o "sentílo" de lo que son manuales verbalmente transmitidos. 

Casi a medianoche me voy a dormir sintiéndome maravillada porque la vida se me corrobora. Vivir esto es posible. Lejos de ser un sueño, hay lugares en donde esto ya son realidades. En donde estar entre 6 chicos salvadoreños, muy lejos de ser una preocupación, es una de las grandes bendiciones de este viaje. Nos hicieron una fogata, pero no sin antes preguntarnos si nos gustaría, si estamos muy cansadas o si lo disfrutaríamos. Nos preguntaron si echarle ajo al relleno, pero no sin antes contar otros 6 votos para ver qué decide la mayoría. Los votos son eso; un censo para decidir qué se hace en La Burbuja. Hablar desde el corazón es una normalidad y hablar de los 3 cuerpos de lo físico, lo consciente y el alma es la plática normal alrededor de las llamas. "Queremos oírlas hablar" y todes hacen profundo silencio. Pasé más de diez horas esperando la típica risa burlista ante algún comentario que consideraran estereotípicamente femenino. Nunca llegó, porque aquí eso no existe. La risa es sobre imaginarios, posibilidades o cosas que se hacen o dicen, pero nunca en son de burla, sino compartiendo lo gracioso de esas vainas que surgen. 

7 de febrero

Me levanto cuando ya otres llevan camino avanzado. Me cambio pensando que debo salir a la tienda para aportar al desayuno. Christopher, un chico apasionado por la cocina, revisa amablemente conmigo el inicio del día en la cocina para ver qué hacemos. La abundancia es suprema y el gasto innecesario. Convierto mi aporte en esfuerzo del cuerpo en alistar lo que lxs demás puedan desayunar al despertarse. Como no como huevo, hay avena que me repara mejormente el plato. La consideración por la dieta fue clara desde el principio. "son veganas? comen leche? qué no comen?" y así se mantiene el respeto a lo largo de toda nuestra estadía. La mesa se extiende cada comida entre más de 8 o 9 pares de manos hasta unas 10 u 11 lo más. Cada quien lava lo suyo; siempre alguien verbaliza gratitud por lo ofrecido y hecho. Siempre comer es compartir y dialogar un rato. 

Después del desayuno hubo un tiempo de descanso. Hoy es domingo y la finca no se acelera tanto. 

En medio del patio hay una torre de la cual nos hablan desde que bajamos del bus y camino a la finca. Usamos el rato para ir a visitarla, pero el mareo en la cima me hace bajarme más rápido de lo que aguanta una lectura de unas 2 o 3 páginas de mi libro. Lo que ando en la mano es un regalo de Manuel antes de bajarnos al bus de La Ceiba. Cuando lo abro, encuentro una dedicatoria bella que nos insta a no dejar de viajar ni cuando nos tope la muerte. Me regaló una obra de teatro salvadoreña que para él es favorita. Entre el coco de los árboles y la palma que se pandea, me cuesta un poco mantener el equilibrio sin sentir mareo. Me bajo y busco las hamacas en el salón principal de la casa. Sin quererlo, recupero el sueño de una noche en la cual dormí profundo, pero escaso y en eso llega un chico a compartir un arte de graffiti en la casa. "Quién quiere colorear?", pregunta. Y así de puesto y sencillo la vida me hace nuevamente verificar que los pensamientos rápidamente se me convierten en realidades. Cómo disparar el spray desde la línea, las distancias, las diversas posibilidades. Hoy aprendí a graffitear entre un grupo de gente de un artista verdadero. 


Sin darnos cuenta, nos llega la hora del almuerzo y la contribución nuestra no ha llegado para cuando están todes a la mesa. Salgo, entonces, corriendo en una bici que me prestan para ir por tortillas y queso. Queso no es lo mismo que quesillo. La bici, entre una manivela alejada del asiento y unos pedales que contrastan en una proximidad significativa a mi pierna, me hace dudar si logro subir una cuesta que luego bajo sin freno alguno. Entre las piedras pierdo el equilibrio hasta que me recuerdo que para algo estudio teatro. Problema resuelto si me concentro y agarro el centro. La bici funciona a mi favor y no en contra. Las tortillerías ya no tienen más de lo que buscamos. Ah sí, el mismo chico que nos trajo del bus el primer día y nos acompaña a las compras es el mismo que sale corriendo conmigo a última hora para traer lo que nos hace falta. Su amabilidad es significativa; tanto como para esperar conmigo a una señora que abre su puesto en la casa y nos busca sombra mientras nos hace el favor de prender la plancha para tirarnos lo que palmea. Para cuando llegamos a casa, entre un freno improvisado con mis tennis a la carretera de polvo o a la parte de la llanta trasera, la mayoría ha comido y sólo quedan unos cuantos que comen queso con tortilla mientras nosotros aprovechamos los platos que nos han dejado intactos. 

Ahora sí, podemos hacer un poco de trabajo en la tierra. Cortamos unos palos de guineo para bajar unas siembras y re-cortar los espacios. Las ticas colaboran en jalar los palos tanto como los chicos. La cosa siempre se hace en colectivo. Luego de eso regamos entre todes antes de dejar el espacio libre para ir a jugar futbol a la plaza vecina. 


Juré que aquí tendría que pasar por la eterna hazaña de tener que comprobarme en mis primeras jugadas para que me pasen la bola. Es lo que me suele pasar cuando juego entre chicas en mi tierra. Todo lo contrario, la equidad permanece, tanto en el trato físico como en el verbal en medio de un juego amable.


"Thank you, Krishna, for me to be chilling and playing ball with my friends" dice un chico desde el alma en un grito hacia el cielo en medio partido. La gratitud se les sale por la vida desde los poros y a mí lo único que me queda es la sonrisa sincera de apreciación por poder estar aquí en medio de todo. No puedo evitar respirar varias veces tratando de reconectarme con el presente. Ni en el pasado ni el futuro me sirve estar para no perderme nada de lo que esta gente me ofrece. Me ofrezco de cambio tras cierto tiempo de juego y los chicos al contrario me piden que siga jugando "porque es que queremos jugar todos". El placer es grande y el marcador sólo me importa para vacilar a quien me manda. 

Salimos al caer el sol de una plaza bella y vacía; rodeada de árboles y muy bien cuidada. A la vuelta, recogen unos pastelitos donde la señora del puesto de la esquina. Quedan para la cena para la cual aportamos pero poco se ocupa que cocinemos. "pidan antojos que vamos de salida" les decimos a la pelota que está jugando cartas. Café y pan dulce es el pequeño gasto del día donde una señora de una tienda que nos trata de alivianar los costos sin mayor motivo que su evidente solidaridad con la causa. 

Hoy después de la cena no hubo fuego o mayor cosa. Nos acostamos temprano mientras dejamos tácitamente que todos los de la casa tengan y disfruten su domingo en la noche a solas. Alguna película y mucha plática parecen haber compartido mientras yo me iba a acostar tranquila por las múltiples dádivas del día. 

La verdad es que salgo de La Burbuja sintiéndome enamorada de estas masculinidades. Hombres que se han trabajado individual y colectivamente por las vueltas de la vida y se encuentran todes a sus veintes en la sinceridad de sus personalidades. Quedo enamorada de los chicos en su colectivo, de la casa en su dadivosidad y de cada uno en lo que ofrece. Me siento respetada, honrada y valorada, pero, sobre todo, siento un alto nivel de respeto, agradecimiento, amor y afán por el regalo de la vida de encontrar a unos hombres y a un lugar tan increíble, pero a la vez tan tangiblemente cierto. Los sueños son realidades que alguien más ya ha forjado y mi trabajo en esta tierra se me va moldeando cada vez más claramente conforme pasan los días y paso por la gente. 

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