Hoy me sentaba en el Parque de Los Locos alrededor de las 2 de la tarde cuando unxs chicxs - en cuestión de 5 minutos entre cabo y rabo - entraron por una lana rota, tras un rótulo de "no pase" y, como si fuera una vuelta para comprar un cierto tipo de maní ilícito, alguna manifestación pública y abierta de sexo tenían.
Si los hubiera visto al venir,
si me hubiera imaginado las posibilidades,
si hubiera tenido un poquito más de ingenio,
si perteneciera más a estas generaciones,
si me hubiese fijado,
si...
¡tantas posibilidades!
si (todo eso y más),
yo habría escogido retirarme sanamente a seguir ensayando mi pieza de canto en cualquier otro lugar del campus (o en los demás alrededores de Bellas Artes, si es que eso importara).
En ese escaso rato vi cómo una construcción evidentemente vandalizada - y dejada sin arreglar durante largas semanas - se convirtió en lugar para truequear drogas con dealers que evidentemente no eran universitarios. Se transformó en la zona de ligue y besuqueo ardiente de un hombre a quien, horas después, encontraría también besando a otra chica en un café por Generales. No juzgo los poliamores, pero sí re-siento los ojos de culpabilidad de un hombre que no descansa con su propia existencia.
A todo esto, lo que poco me importa es el entorno, aunque de él deriva agradecidamente mi pseudo-anagnórisis.
Creo que mi falta de capacidad para reaccionar ante todo esto se debe a la desconexión entre mi cuerpo y mi mente.
Así como tras el coito foráneo logré captar que había estado en un sitio inadecuado durante lo que entonces, y en retrospectiva, se hicieron 5 largos minutos, también así me descubrí hoy - nuevamente - derramando lágrimas físicas ante el solo pensamiento de nuestra tierra latinoamericana.
Y entonces eso me presenta todo un universo.
Porque no es posible, quizás, que un cuerpo somatice tanto.
O, peor aún, no logro concebir como inconcebible que una civilización completa no somatice lo suficiente.
No sé si lloro la década que tomará restaurar el ecosistema en el Doce,
la masacre del 32 en El Salvador todavía,
lxs niñxs guerrillerxs en cualquier parte del continente,
mi poliglotismo inútil ante recuerdos perdidos de bribri o cabécar,
los migrantes en fronteras en cualquier parte del planeta,
el museo de Tianjin y el almacén de genes que comercializadamente le acompaña como un vaticinio de aquello que se nos viene,
los edificios de Amazon a costas de la vida de la gente
o QUÉ
O ¿¡QUÉ?!
Porque yo ya no sé por dónde más doler el alma de la impotencia entre constantes luchas y desenfrenos.
Ya no sé por dónde empezar a mirar y cuánto dejar de decirme "sobre eso ni siquiera se habla"
No sé ni por dónde tirarme y empezar a remar todo el hierro, cobre, manganesio y mercurio que han ido desechando las mineras de las múltiples colonizaciones ideológicas que rigen el imaginario ciudadano.
Entro en pánico, claramente. Y creo que a veces se vale. La pregunta es cuántas veces es necesario antes de poder recordarse de sólo respirar vivamente de manera continua como manera de trabajo constante.
Predico el amor y la auto-ayuda no como libros desechables para un alma colonizada, sino como creencia ferviente de un único remedio individual contra los males colectivos. El cuido al ser como parte integral del cuido hacia les otres.
Y en eso el cuerpo me rebota.
5 días sin comer.
3 de estar vomitando.
La garganta ardiente de una tos persistente.
Más jengibre, lavanda, eucalipto, manzanilla, ajo y limón de lo que podría pensarse que ocupe una derrota.
Conforme el cuerpo cae (afortunadamente a veces en mi cama), siento como si perdiera la batalla con mi propia cabeza.
Conforme el cuerpo se derrumba, me muestra a mí misma su propia fortaleza.
Salgo de una y entro en otra: meros indicios de recaídas de alma.
(sust. f.) "justicia":
¿Cómo le justificaría a la Real Academia la omisión de una palabra no por su desuso práctico sino por su vacío ideológico?
Seguimos pensando en los cánones como métodos de refugio en los cuales asentar nuestras disconformidades.
Y entonces me remonto a mis experiencias varias de clase en tantísimos cursos.
Clandestinamente (o tal vez no de manera tan ciega) hemos apropiado la rivalidad como medio de defensa. Y la protección del otre como necesaria para los encuentros ideológicos en las aulas universitarias.
Da lo mismo un congreso que una clase de maestría,
una clase práctica de teatro o una abierta de carpintería.
Se trata de ganar o se muere en el intento.
¿Cómo se gana una batalla que busca, precisamente, no serlo?
Hay momentos en que el diálogo ya se me escapa muchísimo de la boca.
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