8 de febrero
Nos ganan en levantarse a las 6 de la mañana para salir a la capital de este país tan compreso.
Tipo 7 se activa la burbuja; tiempo suficiente para bañarme, que Jime despierte, y poder despedirnos al menos de uno que otro chico antes de zarpar a la calle.
Buscando el buenos días y hasta luego con uno, se reactiva la burbuja completa. Todes salen a despedirnos a las hamacas y los sillones.
No nos vamos sin antes firmar el libro de couches.
Un abrazo a cada uno; uno tras otro. Es algo así lo que se suponía que se sintiera levantarse a recibir el título para finalmente graduarse. Nos sentimos benditas en la salida a nuestro regreso.
Tres buses y llegaremos al Metro (diminutivo para Metrocentro) - sea lo que sea que eso significa.
Tomamos el bus de las 8 desde La Ceiba; otro bus amarillito en donde yo le iría abriendo, cual asistente de chofer, la puerta amarilla a la gente.
Parque San Martín es lo que buscamos primero. A dos cuadras del mercado, me adentro a buscarlo entre la anonimia del gorrito de mi sweater negra. En pleno sol de la mañana.
Al pasar entre las verduleras, le he de haber hecho ojos melosos al canasto de mandarinas.
Cuando llego a comprar sólo 1 para desbabearme en el camino, la señora/muchacha me la da a cambio de nada.
"¡a'i iévesela!"
- nono, pero cuánto cuesta? de veras!
- ¡A'I IÉVESELA! la misma insistencia en rechazo de un menosprecio que me hiciera un marero unos días antes, pero esta vez del otro lado de la increíble solidaridad abundante.
Metrocentro terminó siendo un mall enorme. Suficiente para que mi esposa tome café con un postre de mil hojas para sacarse su antojo antes de volver a casa. Para eso y para buscar wi-fi para hablar con la chica que hoy en la mañana en su casa nos espera.
10 y media, aproximadamente, vamos caminando entre Avenida Izalo y la Universitaria. El cruce de caminos mismo lo anuncia; esta zona es mucho más tranquila como lo académico e histórico demandan. La frescura del aire menos violento se percibe desde antes de las gradas del bus del cual bajamos y se confirma tras bajarlas completamente con el vendedor de frutas que sin un hola amablemente nos ubica, nos sonríe y nos guía.
Tenía un clavo aún del viaje en relación con los zapatistas. No pasaría ni media hora hablando con Nico, la chica que nos recibe con portones abiertos y llaves en su casa, cuando ya la bella me facilitaría los libros de texto de la segunda generación de la escuelita. Paso la tarde en una sala acogedora viendo video tras otro de cada una de las caracolas. El almuerzo es vegano taiwanés de una señora como a dos cuadras. No hay mucho más que una pueda pedirle a la vida.
El atardecer lo buscamos en un mirador al cual nos fuimos caminando. Tres chicas a pie y solas por las calles de San Salvador; ése es el orgullo que me deja Nico de toda su estadía.
Comimos platos típicos - uno tras otro - hasta decir que no podíamos más con un simple bocado más del todo. El elote loco de El Salvador estaba un poco más cargado de salsas que el de diez pesos de Chiapas. No se trata de comparar, y esa lección todavía nos cuesta.
Los aprovecho tal cual y dejo de tratar de describirlos.
Dejamos la vista de la ciudad con sus lucecitas prendidas en medio de onduladas montañas.
Finalmente otra cosa que quiere mi esposa se le cumple sin mucho esfuerzo más que el pensarlas:
Nico nos lleva a un bar LGBTQI que queda por su casa.
Entre ventanas que han sido quebradas (si por pedrada o por pleito me queda pendiente de confirmar), unas cuantas banderas de la comunidad y una mesa de pool, somos parte de las escasas 10 o 13 personas en el bar.
La vida nos la hemos contado entre Nico, Jime y yo de manera completa. Sueños, recorridos, aventuras y conocidos. Las horas pasan rápido y a la vez lentamente entre tanta conversa. El día termina temprano con 3 almas bien encamadas.
Capuccino y Botón, los gatos hermanos de la casa, del pelaje de mi gato Gabri me hacen sentirme cada vez más cerca de casa.
9 de febrero
Pensamos las 3 estar levantadas tipo 7. Hablamos todas muy matonas. 8:40 y se van oyendo las puertas. Un desayuno entre jugo de naranja recién exprimido, avena con frutas y miles de especies, tortillas recién palmadas y un aguacate con limón, sal y el té que cada una quisiera nos hace contarnos los sueños de la noche anterior y aquellas visiones de vida. Un poco sobre El Salvador y Cuba, otro poco sobre Costa Rica, Francia u Honduras. A cada una se le despiertan los intereses que más le resuenan.
Dejamos a Nico trabajar un rato antes de salir al mercado. Aunque nos han dicho que no se hace, a ella no se le hace mayor bola. Nos vamos al centro a ver la catedral, el teatro nacional, el mercado y la gente. El único daño posible es el psicológico gracias al acoso callejero, pero de eso que se libre quien pueda en las maneras que lo logre. Es claro que nosotres en eso no hemos avanzado lo suficiente.
Caminamos entre relojes, lámparas, cámaras y teléfonos viejos; entre artesanías nuevas y útiles escolares a rebaja casi en media calle. Legítima hora de gastar los últimos cincos de más en comprar algunas deudas personales o colectivas. Cuatro huacales de morro nos recordarán el chilate de anoche y darán a la casa un poquito de sabor de tantas comidas compartidas que nos han dado en la vida.
Nico camina y camina con calles sin descanso. Pregunta direcciones y avanza a paso firme, pero pausado, entre las tiendas del mero centro. En una puertita del viejo edificio simán se mete a un vegetariano con un menú completo de comida vegana. No sé cómo, pero lo logra de nuevo. Entre plantas medicinales y esencias que se venden en un mostrador al lado, una señora me sirve un té hirviendo de moringa. Justo lo que ocupo para poder seguir caminando. La precaución completa del viaje la resumo en tener la delicadeza de ponerme un gorrito de lana en el sol de mediodía para evitar cualquier otro problema con cualquier mara. Esa es mi honra a la cantidad de comentarios de preocupación de la gente. Una anda sola pero no es que no tiene vida y gente que le espera. Apenas tomamos el bus de vuelta a casa, el gorrito se guarda y comienza la aceleradera. Dollar City me da libros a precios bajos sobre autores salvadoreños que hace rato ando buscando. Se llena de libros de teatro tan valiosos que ahora entiendo por qué no se encuentra en ningún otro lado. La biblioteca de esta tienda es mejor a las bibliotecas regionales que hemos visitado. Le buscamos el hueco a la piñata de Nico para un novio en vísperas de cumpleaños y de ahí es hacer maletas para tirarnos a lo que llamo "la última aventura del viaje".
Las recomendaciones por gente en la cual confiamos, Nico incluída, es arduamente tomar el taxi para llegar al aeropuerto. Según nos explican, carretera al aeropuerto es la ruta que se toma para ir a las "zonas" más concurridas por maras. Son sus hogares y tienen tanto derecho a tránsito en las tarde-noches como el resto de la gente en toda esta ciudad y país. Las probabilidades son que las maletas de turistas en una línea de bus que va a aeropuerto se tiren más hacia el lado de un poco gustoso asalto. El costo rebajado de un taxi a aeropuerto es de $25 USD. Eso o $27. Algunos hoteles cobran $45, $35 o $20 con adelantos y aviso antes de tiempo.
El bus público en El Salvador ha sido el más barato de toda la región que visitamos. $0.20, $0,60 o no más de $1,20 ya sea a playa, dentro de la ciudad, rutas cortas o lejanas. Pagar $25 por un taxi nos suena a un monumental aumento de costos y a una privación de usar los medios populares.
"nos mandamos a darle" decimos al decidir tirarnos a ver cómo es la cosa.
Salimos con comida empacada por Nico para comer en el aeropuerto, un detalle único en la travesía completa que queremos reciprocar a quienes vengan luego a quedarse en casa.
Por primera vez, caminamos con los pasaportes en la bolsa del pantalón de cada una. Si nos asaltan o algo, lo único que ocupamos es poder llegar al vuelo.
Es paja que a una no se le hace un cierto nudillo en la garganta bus tras otro al saber a lo que se está arriesgando. Se necesita un trabajo mental individual de resistencia por no sucumbir a los pensamientos que jalan todos esos miedos que no aportan nada positivo. Es una auto-inyección de insulina anti-amedrantamientos internos y un supositorio nasal de aires de confianza, aún, en aquello que salimos a buscar desde que abrimos la puerta de nuestra casa. Por Centroamérica se tiene que poder viajar todavía. Si nos pasa algo al final, que eso sea lo que sea.
Muy al contrario, llegamos con ayuda de la gente, con sonrisas, campos donados y mucho cuido. Aparte de llegar hora y media tarde de las 3 horas para vuelos internacionales (tiempo en exceso, además, para un aeropuerto tan chiquito), no sufrimos más que el dolor de saber que no mandé la navaja suiza en el equipaje. La que nos habría ayudado a pelar más de un aguacate, cortar una que otra papaya, la que lavamos en uno que otro lago..... Ahora queda en manos de algún trabajador aeroportuario.
Arvejas, banano, papaya y un mix de Diana....abordamos un avión en el cual vaciaron dos vuelos poco eficientemente programados.
Mis suegros nos recogen a recordarme del pelo que lo ando hecho un cucurucho de nombres de fábula. El entumecimiento es grande ante el cansancio, pero las horas nos agarran hasta tarde poniéndonos al día con todo lo que ha pasado en la casa.
No duramos mucho en darnos cuenta que el trabajo apenas comienza. Que la vida nos espera con un viaje que no termina en vaciar las maletas de la puerta. Muy al contrario, ahora lo que falta es poner todo en práctica.
10 de febrero
Los chicos se levantan mucho antes de las 8. Desde entonces estamos arreglando, revitalizando, reforzando y remoldeando cuestiones en la casa.
Trueques, posibilidades, muchas oportunidades para aumentar el bienestar de muchísimas personas.
Cada gesto, cada costumbre, cada explicación dada.......de todo nos impregnamos un poquito para ir haciendo mejoras a nuestra casa. Estamos a la espera de una serie de invitados. ¡No invitadxs! Miento. Ahora nos preparamos para empezar a ver cómo se cosecha esas siembras de redes y hermandades que hicimos a lo largo de un movido, gozado y sufrido camino.
Ahora tengo una lista de cosas enormes, de la cual me encargo hoy en una pequeña, pero gran parte.
Arúgula, que pensaba iba a estar muerta, hoy se pone a trueque con los tallos más grandes y fuertes que jamás yo le haya visto. Salen muebles, se reacomodan tuberías, ¡seguimos avanzando!
La tarde-noche me agarra entre el abrazo de sueño de mi sobrina y un paraguayo que me abre los ojos a la realidad paraguaya de derechos LGBTQI y su relación con el teatro.
Estoy de vuelta en Costa Rica, pero aún no he aterrizado. Porque yo ya no soy hija sólo de esta tierra, sino de todos los países que desde el principio y ahora más que nunca conozco como mis tierras hermanas.
La vida me trae hecha otra y yo digo que qué rico poder ir soltando esos cascarones.
A brillar, a bretear, que América Latina nos espera.
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