Hace unos meses desconocía cómo era Nicaragua, Honduras, El Salvador o México.
Había cruzado Calais, tomado birra con agricultores de cerveza dentro de sus propias tierras alemanas en completo habla de su idioma, sabía lo que era llamarle hermana a una chica rubia y con pecas a quien luego le mostraba Punta Leona a mis escasos 15 o 16 años, pero no había jamás comido pupusas palmeadas por una señora o chicos en algún barrio salvadoreño. Recuerdo que mi grupo de clase se negó a ir a Nicaragua cuando era hora de nuestro propio turno en el intercambio colegial de ese año. Y mis profesores lo permitieron. Y las madres y los padres. Y toda la gente.
Así, crecí desconociendo cómo se veía San Pedro Sula, adónde era que estaban realmente los restos de los mayas y adónde los de los incas, cómo sabía un maíz con tomate y chile en una mazorca en las calles de Chiapas y cómo se transformaba el sereno en niebla en las montañas del Quiché. Pero ya para mi adultez joven me había esmerado en tener bien grabada en la mente y en mi propia carne la diferencia entre un invierno y un otoño o verano en Central Park o cómo se sentía bajarse del metro y salir a los meros Champs Elysées. Sentía placer de poder respirar los aires fríos de la afamadísima Europa y veía los viajes a Guate como las vacaciones baratas que me podía pagar con un sueldito mínimo mientras me explotaban en el 9no piso de Torre Mercedes.
Y hoy aún desconozco Perú, me falta ir a Cochabamba, ir a meterme a las cordilleras andinas y compartir con mi gente.
Porque no es que mis amigos en Kenya me signifiquen para nada menos que mis excompañeres alemanes o que doña Lidia en su casa de madera y tierra en el bello Somoto en Nicaragua. En lo más mínimo.
Pero, al rato, si cada une se ocupara de su pedacito más cercano de tierra, tendríamos un planeta un poquito más equilibrado.
Quizás sea una buena, *aunque no única*, manera.
Yo me encargo de a poquitos y a como pueda de compartir un rato con lxs niñxs de Ipís buscando sacarles una sonrisa o un ratito lejos de su amargura y que mis compas en Kenya sigan luchando por llevar mejores oportunidades a sus pueblos.
¿Qué hace usted por lxs suyxs?
Llevar galletas en la guantera del carro - al menos - para quien le va a pedir en Chepe Centro es algo, pero no es suficiente. No se vale agarrarse de la excusa de la furia que tienen quienes viven en la calle para dejar de seguir intentando ser solidaries con quien convivimos.
Por cada persona que gana más de 200 mil pesos mensuales - sin ahondar siquiera en los flujos de mayores excedentes de dinero a cambio de trabajos, cuando mínimo, sumamente demandantes -, creáme que hay alguien en algún lugar que no sabe cómo le va a dar de comer a sus hijxs hoy en la noche. No en Algeria o en Siria (aunque bien que estamos mal por allá todavía). ¡No!
Ahí, en las afueritas de Los Yoses, de Trejos, de Moravia o de Guada.
Por todo lado hay gente que vive al margen de los privilegios que a muches de nosotres nos fueron inculcados como oportunidades naturales de nuestra clase; sea la que sea la clase en la que nacimos. El concepto de una clase social - que recuerdo me enseñaba mi padre a mis escasos 9 años - es una teoría e historia muy conveniente para que usted se sienta en el derecho de gastarse 600 dólares en un spa en Francia si le diera la gana. Y para que quien rebusca en los basureros se sienta en el derecho de metérsele a robar a su casa a ver si por lo menos recobra un poco de lo que a usted le sobra para poder ver cómo hace para seguir su camino en la vida. ¿Qué tal si igual me voy por el spa a un lugar donde reclamo que tengan un negocio sostenible con el medio ambiente, en donde la gente que me trabaja el cuerpo también tenga chance de cuidarse el suyo, de jugar con sus hijxs, de ser feliz y aún así venir a masajearme? Y si luego quizás me voy a comprar en la feria del agricultor - ojalá orgánica - ¿en vez del Automercado? Digo esto por más que comprendo y aprecie quizás de manera semi-agria el todavía poder ir al Auto de vez en cuando en busca de aquello que no encuentro en ningún otro lado, como ese Tahini de Macedonia, el chocolate belga o la mostaza orgullosa y originalmente alemana. Digo...son maneras. Pequeñas. Minuciosas. Obsesivas, quizás. Pero es que....no sé si realmente hemos caído en cuenta que la cancha de futbol 5 con el césped sintético es tan parte de Monsanto como una naranja orgánica que le compro al mae de los cerros de no sé ni dónde (¡reina y abunda de nuevo mi ignorancia!) va de la mano con el potrero de fútbol donde no me cobran por tirar una bola a jugar en cualquier parque o potrero de una comunidad un rato. Que la mostaza en planta es quizás más rica que la semilla que me vendieron ayer en vino blanco en un tarrito o que puedo disfrutar de un Frey o Guylian cuando también me compro una barra de chocolate vegano a un productor "artesanal" (sin menosprecio, sino con el respeto propio de la palabra "artesano") a un mae en una feria. Un mae, a quien, además, amo. En vez de una caja con un sello industrial de una maquila en México bajo la bandera de una empresa suiza, belga, francesa o italiana.
Si algo he descubierto dándome el rotundo lujo de dejar un brete de 4 cifras gringas por un depósito de 5 numerales ticos de la UCR es que la vida puede ser mucho más simple, pero exponencialmente más feliz si tan sólo me dedico a irme de nuevo a mis raíces. No lo pretendo como una lección, como un regaño (¿qué autoridad tengo yo para eso????) ni como lectura para que alguien ponga unas barbas en remojo - que bien me molesta esa estúpida frase sexista, todavía. Realmente sólo escribo, sin mucho pensar, sobre todo aquello que me circula en la mente en estos 3 minutos de no ir a la U y quedarme en casa regando las plantas. Porque todo significa, pero a veces hay cosas que nos llaman. Y esta lucha que me ando en necesidad de abrirme el corazón a un mundo mucho más ameno es una de tantas ellas. Sólo pienso que sería lindo que fuéramos más personas en éstas desde pequeñisisísimos cambios en nuestro diario cotidiano, porque realmente nada nos cuesta y mucho nos regala de vuelta en la enorme retrospectiva de una vida con sentido en la tierra.